25 de octubre de 2011

Hamburguesas de dragón


--¡Hamburguesa de dragón!-- gritaba por última vez al rostro de la chica, el enorme sujeto peludo de casco encuernado y barba roja con blanco.

--Ya le dije señor, Mc Donald's no vende hamburguesas de dragón-- respondió  ella.

Su nerviosismo era más que evidente, una gota de sudor frío le recorrió la frente, sus piernas se agitaban como las cuerdas de una guitara que resuena un mí. Y no sólo era ella, todos a su lado, las personitas de uniforme azul, atrapadas en la laberíntica cocineta temían por el aceite caliente, los cuchillos colgantes y las parrillas hirvientes que yacían en el recinto.

Atrás del descontextualizado bárbaro, algunas familias habían comenzado a salir huyendo, los que quedaban, sentados con los ojos abiertos, y un personaje recién lavado pegado de la puerta del baño, escuchando el alboroto. 

Hubo un largo silencio.

El cuerpo del invasor estaba constituido por enormes músculos que se entrecruzaban dándole un aspecto aterrador, tenía una capa de pronunciadísimas vellosidades en brazos y piernas. La ira ya se había apoderado de él, como el temor en su interlocutor, se rascó la barba como atando cabos en su mente. Emitió un grito de hipopótamo en celo y con el mismo ímpetu animal llevó su mano a la espalda, alcanzó un garrote de acero y piedra que le colgaba de correas, y en un movimiento certero lo abalanzó contra la barra, produciendo un sonido atroz y provocando que todos los presentes gritasen entrando en un pánico primitivo. Una nube de polvo se levantó obstaculizando la luz y por un instante no se vio nada.

A medida que el viento despejó el edificio, se pudieron ver los rostros de la gente espantada, todos abrazados con todos, un par de niños llorando en la esquina, y el enorme agujero causado por el extraño visitante. Los que habían alcanzado a salir dijeron verlo caminar calle arriba y nadie nunca volvió a dar testimonio de su existencia.

El local se vació rápidamente. El gerente reunió a sus empleados buscando clausurar el incidente y al oír las diferentes versiones, decidió ahorrarse procedimientos, cerró por el día y puso a todos a limpiar. Los días siguientes, atendieron con una tabla improvisada en el mesón mientras llegaba de la capital una comisión a repararlo.

A las dos semanas del evento, la anécdota estaba casi olvidada, nadie le daba mayor relevancia y la catastrófica evidencia había desaparecido. La chica de la caja estaba tomando el pedido cuando se abre la puerta y todos los comensales se voltean a ver lo que entra por ella.

Primero, un gigantesco cráneo reptiliano con brillantes ojos amarillos y dientes ennegrecidos, cinco cuernos largos y puntiagudos y un par de barbas milenarias. Detrás, un extenso cuello escamado, dos brazos proporcionalmente pequeños pero del tamaño de una persona,  que introducían un cuerpo sólido y dos patas traseras prominentes. Quienes observaron el grácil espectáculo de su entrada, también notaron una cola monumental que se quedó fuera del establecimiento.

Estupefactos, atónitos, todos volvieron la mirada a la cajera, ella ni siquiera parpadeaba, "a penas llevo un mes en el trabajo", era lo único que se pasaba por su mente, tenía sus tímidos ojos azules clavados en los más prominentes de la bestia.

Hubo un silencio abismal acompañado de la exhalación carburante del extraño visitante.

--¡Hamburguesa de Vikingo!-- exclamó ese ser, con calma, pero produciendo espantosos sonidos.

--Lo siento señor, Mc Donald's no vende hamburguesas de vikingo-- respondió ella...





McDonald's, ¡me encanta!

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