--¡Hamburguesa de dragón!-- gritaba por última vez al rostro
de la chica, el enorme sujeto peludo de casco encuernado y barba roja con
blanco.
--Ya le dije señor, Mc Donald's no vende hamburguesas de
dragón-- respondió ella.
Su nerviosismo era más que evidente, una gota de sudor frío
le recorrió la frente, sus piernas se agitaban como las cuerdas de una guitara
que resuena un mí. Y no sólo era ella, todos a su lado, las personitas de
uniforme azul, atrapadas en la laberíntica cocineta temían por el aceite
caliente, los cuchillos colgantes y las parrillas hirvientes que yacían en el
recinto.
Atrás del descontextualizado bárbaro, algunas familias
habían comenzado a salir huyendo, los que quedaban, sentados con los ojos
abiertos, y un personaje recién lavado pegado de la puerta del baño, escuchando
el alboroto.
Hubo un largo silencio.
El cuerpo del invasor estaba constituido por enormes músculos
que se entrecruzaban dándole un aspecto aterrador, tenía una capa de
pronunciadísimas vellosidades en brazos y piernas. La ira ya se había apoderado
de él, como el temor en su interlocutor, se rascó la barba como atando cabos en
su mente. Emitió un grito de hipopótamo en celo y con el mismo ímpetu animal
llevó su mano a la espalda, alcanzó un garrote de acero y piedra que le colgaba
de correas, y en un movimiento certero lo abalanzó contra la barra, produciendo
un sonido atroz y provocando que todos los presentes gritasen entrando en un
pánico primitivo. Una nube de polvo se levantó obstaculizando la luz y por un
instante no se vio nada.
A medida que el viento despejó el edificio, se pudieron ver
los rostros de la gente espantada, todos abrazados con todos, un par de niños
llorando en la esquina, y el enorme agujero causado por el extraño visitante.
Los que habían alcanzado a salir dijeron verlo caminar calle arriba y nadie
nunca volvió a dar testimonio de su existencia.
El local se vació rápidamente. El gerente reunió a sus
empleados buscando clausurar el incidente y al oír las diferentes versiones,
decidió ahorrarse procedimientos, cerró por el día y puso a todos a limpiar.
Los días siguientes, atendieron con una tabla improvisada en el mesón mientras
llegaba de la capital una comisión a repararlo.
A las dos semanas del evento, la anécdota estaba casi
olvidada, nadie le daba mayor relevancia y la catastrófica evidencia había
desaparecido. La chica de la caja estaba tomando el pedido cuando se abre la
puerta y todos los comensales se voltean a ver lo que entra por ella.
Primero, un gigantesco cráneo reptiliano con brillantes ojos
amarillos y dientes ennegrecidos, cinco cuernos largos y puntiagudos y un par
de barbas milenarias. Detrás, un extenso cuello escamado, dos brazos
proporcionalmente pequeños pero del tamaño de una persona, que introducían un cuerpo sólido y dos patas
traseras prominentes. Quienes observaron el grácil espectáculo de su entrada,
también notaron una cola monumental que se quedó fuera del establecimiento.
Estupefactos, atónitos, todos volvieron la mirada a la
cajera, ella ni siquiera parpadeaba, "a penas llevo un mes en el
trabajo", era lo único que se pasaba por su mente, tenía sus tímidos ojos
azules clavados en los más prominentes de la bestia.
Hubo un silencio abismal acompañado de la exhalación
carburante del extraño visitante.
--¡Hamburguesa de Vikingo!-- exclamó ese ser, con calma,
pero produciendo espantosos sonidos.
--Lo siento señor, Mc Donald's no vende hamburguesas de
vikingo-- respondió ella...
McDonald's, ¡me encanta!
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