27 de septiembre de 2011

El Escritor


Decir que hoy es un día normal sería un error, pues desde antes que empezara ya se sabía lo que iba a pasar, ¿por qué?, preguntarán ustedes, pues la respuesta es muy sencilla, por que él así lo quizo, todo lo que pasa en el mundo sucede por que él, el gran escribano, lo escribe así. Se trata de un viejito de 200 años, un viejito muy inteligente y hábil, experto en el arte de la descripción, por eso logra que nosotros, los protagonistas de su cuentico nos creamos hasta la más sutil de las sensaciones de este mundo.

Entre otras cosas, él tiene un nombre, se llama Roberto. Por allá, en lo que para nosotros era 1816, se sentó en su escritorio, tomó un lapiz que tenía a la mano y empezó con un "érase una vez".

Primero, situó a la humanidad en inglaterra, a medida que inventaba las diminutas tramas que vivían los personajes, se vio forzado a describir nuevos lugares, nuevos oficios,  nuevas razas, nuevas formas de pensamiento, religiones, filosofías, corrientes, etc. Así la trama se volvía cada vez más densa.

Pero luego se encontró el problema de que los personajes que había inventado eran terriblemente curiosos, y se empezaron a preguntar sobre su pasado, entonces, Roberto muy astutamente escribió por aparte, una enciclopedia entera de cómo la humanidad habia llegado a ese punto, y con algunas figuras literarias, y conectores propios de su bien estructurada gramática, logró que todo se acoplara perfectamente, los hombres tendrían pistas a  su alrededor con las cuales descubrirían su historia.

La indagación no terminaba ahí, los humanos querían saber más,  así que empezaron a hablar sobre el espacio, ya sabían algunas cosas de su planeta, y una que otra estrella, pero no era suficiente, querían ir más allá, así que a Roberto le tocaba escribir sobre lo más grande y lo más pequeño, sobre el universo de las galaxias, y de los átomos, de la materia y la energía, las ondas y las partículas.
Y El Escritor, como todo buen escritor, era feliz con su narración, pues no importa cuanto tuviera que trabajar en ello, lo importante era la vida de sus personajes, y la integridad de la historia.

Sin embargo, ya van 200 años en los cuales un viejito ha estado escribiendo este cuento en el que somos protagonistas, y aceptémoslo, es demasiado extraño que alguien se mantenga con vida tanto tiempo, lo cual me lleva de nuevo a mi punto. el día de hoy no es un día normal, pues él, El Escritor, ha decidido que ya no seguirá escribiendo nuestros diálogos, ni nuestras acciones. Que ya no quiere hacer de narrador, no por que nos deje de querer, sino porque quiere descansar, así que festejemos, pues hoy, el viejito terminó su pequeño cuento.

26 de septiembre de 2011

Caligrafía


Desde sus primeros años de vida, tuvo una gran dificultad, o al menos algo que para la sociedad sí lo era, se trataba de su pésima caligrafía, era completamente incapaz de manejar las letras cursivas del español, y por lo tanto sus trabajos eran menospreciados o rechazados por esos vasallos de la academia. 

Debido a este problema, a muy temprana edad, los profesores le asignaron la tarea de hacer planas, repetir una y otra vez en un cuaderno la misma palabra hasta que ésta saliera bien. Lo hizo desde entonces, todas las noches, en un principio obligado por sus padres, pero a medida que creció y se convirtió en un adolescente, se apoderó de la obsesión como si fuera propia. Hubo muchas ocasiones en que se rehusó a salir con sus amigos porque debía corregir su ritmo, o se perdió el estreno de alguna película porque las letras altas no alcanzaban la misma altura. Y cuando no le quedaban más hojas, compraba un cuaderno nuevo y seguía.

Así fue su vida hasta llegar a aproximadamente los 20 años, en esos días, logró escribir la palabra con una letra que le satisfizo el gusto, había logrado exactamente lo que la profesora de tercero de primaria pedía, además, quedaba sólo una hoja vacía en todo el cuaderno. La arrancó y con una pluma comenzó el trazó, lo hizo de la forma más estilizada posible, hizo los giros que debía en el momento que debía, las líneas verticales con una perfecta inclinación de 90 grados, pero sin descuidar los ágiles movimientos curvos que se enroscaban para describir la más sublime perfección de un grafo. En esa ocasión repitió por última vez la palabra “Adiós”. Con una sonrisa irónica decorándole el rostro, abrió el cajón a su derecha, y vio el revólver que ahí ocultaba, lo tomó y se disparó en la cabeza.

Cuidado donde dejas tu cerebro

Pacho estaba a punto de salir, ya era hora de ir a la compañía que administraba, pero no podía encontrar las llaves de su casa, por más que se rascaba la cabeza, no lograba conseguir la ubicación de las llaves. Se puso, entonces, a buscar en su armario, en el estudio, en los cajones, y justo buscando entre tantos papeles que guardaba, encontró su cerebro.

Estaba debajo de una especie de calendarios, lo desempolvó un poco, lo frotó con el antebrazo y se lo introdujo en la cabeza. Al instante, centenares de pensamientos se le ocurrieron, recordó todo lo que se le había perdido y cómo, a los 3 años su perro, a los 8 unos cuadernos, a los 12 un dinero.

También recordó que a los 15 perdió su voz de niño, a los 18 la virginidad, a los 22 al amor de su vida, a los 25 los escrúpulos y montó su compañía de telecomunicaciones.

Esos recuerdos y pensamientos le trajeron tanto alegría como tristeza, pero eran mucho para él, así que sacó una caja, se quitó el cerebro de nuevo y lo puso ahí, escribió encima con marcador, y bien grande: "3-feb-2010. No abrir hasta dentro de 30 años."

25 de septiembre de 2011

De los amigos que no se ponen de acuerdo

Una vez dos hombres se juntaron a hablar, ambos eran jóvenes, no sobrepasaban los 25 años de edad. Eran  amigos de toda la vida y por eso acostumbraban reunirse con unas cervezas y discutir temas de interés general. En esta ocasión particular ¿de qué estarían hablando? realmente no lo sé, pero llegaron a un punto en que uno abogaba por el sí, mientras el otro por el no, y la conversación, que estoy muy seguro era profunda y racional, se tornó en esto:

-Que yo digo que sí-

-Que no, hombre, eso no puede ser-

-Sí lo es-

-No lo es-

-¡Que si!-

-¡Que no!-

-¡Si!-

-¡No!-

Estaban motivados hacia su respectivo punto de vista de una forma tal, que rayaba en la terquedad o el fanatismo. Tan aferrados estaban a sus opiniones, que su diálogo se extendió a una longitud increíble, no se daban cuenta, pero seguían ahí hablando, mientras el reloj giraba y giraba; y mientras un perro en la casa de al lado, pendiente desde el principio del argumento, ladraba, aullaba, chillaba, parecía advertiéndoles de su locura. Pero así siguieron, perpetuamente inconscientes del resto del mundo.

Llegó a un punto en que uno de ellos, que ya había empezado a ser afectado por el alzheimer, tuvo, en medio de su demencia senil, un desliz de cordura, cuando le correspondía decir su linea esperó un poco, miró a todos lados y dijo: ¿de que estábamos hablando? El otro, titubeante y tembloroso reflexionó un momento y trató de responderle que no sabía, sin embargo, antes de poder configurar las palabras, lo atacó una tos terrible, al parecer los años de inanición lo habían afectado, y de un momento a otro, su brazo izquierdo se detuvo en una postura específica, sus ojos se voltearon hacia atrás del cráneo, y el hombre dejó de respirar, cayendo muerto a causa de un infarto.

En nombre de la señora Norris


¿Quién no conoce a la señora Norris?

La señora Norris se ha encargado desde hace ya unos años de ayudar a cualquiera que llegue ante ella a lidiar con sus problemas, ya sea que se trate de una deuda inmensa ante un banco, o del caso más común, una decepción amorosa.

¿Pero qué hace tan buena a la señora Norris para ello?

La respuesta es muy sencilla, la señora Norris te da siempre la respuesta que quieres oír, no quiero decir que te complazca para que salgas feliz pensando que tenías la razón desde el momento que entraste, sino que logra sacar de ti mismo la verdad, te lleva de la mano por ese sendero de la reflexión hasta que alcances la iluminación.

Si, la señora Norris tiene un poder especial para ese tipo de cosas. Sin embargo, yo, que he ido ante ella un par de veces y me he sentado a solucionar el simple misterio del ¿cómo lo hace? he descubierto qué es lo "grandioso" de esta diosa, que más que una divinidad es una gitana perezosa y regordete.

Así es, la verdad es que esta señora no hace nada, literalmente, solo se acuesta y escucha, el paciente de turno se posa frente a ella y empieza a alegar sus problemas, ella parpadea, se rasca casualmente y puede permanecer en esa posición horas enteras, hasta que el muy crédulo ha desahogado todo y puede retirarse en éxtasis con la totalidad de sus inquietudes resueltas. La mirada en el rostro de ella al final de todo demuestra cómo, muy perversamente, se ríe de los problemas de otra persona, actuando indiferente pero disfrutando de los relatos ajenos, ese es su pasatiempo, coleccionar las malas experiencias e insatisfacciones de los demás.

Una vez, recuerdo que sucedió algo increíble, Una joven de unos 20 años se le acercó y empezó a hablarle, nunca había escuchado de ella, no tenía la más mínima idea de que estaba con la famosa señora Norris, a quien ya todo el vecindario tenía identificada, simplemente se la encontró acostada, estática, y al ver que no tenían compañía, empezó a hablarle, recuerdo expresiones como: "pero qué estoy haciendo, esto es una tontería", "si alguien supiera de esto..." Parecía que estaba insegura, estaba probando algo que nunca había hecho, con la esperanza de que fuera terapéutico.

Al poco tiempo cogió confianza, empezó a referirse a la señora como un igual, hacía chistes y se reía de ellos, obviamente no recibía respuesta, sólo una mirada inexpresiva que seguía el movimiento de sus manos. Pasó así horas, y horas, al parecer el tiempo suficiente para que la señora Norris perdiera la compostura, empezó a notársele en los movimientos, aunque era su naturaleza estar acostada, se retorcía como si algo le tallara, intentó levantarse e irse, pero fue retenida por la joven, quien lanzó las manos rápidamente en dirección suya y alcanzó a acostarla nuevamente.

Lo que decía la joven dejó de ser tan interesante como lo fue la evidente incomodidad de la señora Norris. Lo que vino a continuación no tiene comparación, me dejó completamente sorprendido, cuando por primera vez en sus 7 vidas y años viendo pacientes, hizo lo que hizo con aquella persona.

Ella, la joven, estaba en medio de su monólogo, iba diciendo: "¡Oh!, cómo soy de miserable..." cuando la señora Norris se levantó, abrió la boca lo suficiente para exhibir sus colmillos y gritó con su tono chillón: "Ya basta, eres infeliz, lo sé, todo el mundo lo sabe, ¡no me importa!"

La joven quedó igual a como quedé yo, como seguramente quedaron ustedes, anonadada, no dijo nada y no hizo un solo movimiento, la señora Norris partió sin más, dejando la escena rápidamente.

Una cosa es segura, esa joven no volvió a ser la misma, aunque lo oculte muy bien, el encuentro la dejó afectada, pues si hay algo que ella no esperaba, y tampoco ningún otro paciente esperaría, es que la señora Norris, quien no es más que un gato doméstico, fuera a responder a sus reproches. Desde ese día, se calla sus problemas en vez de desahogarse con animales.

Carta resignista



A la sombra del nuevo paradigma de paradójico escrutinio, que no pide más que el escurrir de un chorro diminuto de sangre púrpura al presionar mis sesos con sus cadenas. Que no se diga, que no se diga, que soy poeta de amores perdidos, de momentos desperdiciados. Triste es no conocer la propia desolación como triste es conocerla y vivir con ella. Lástima no me doy, ni pesares no me tengo pues aunque como el cuervo estoy cubierto en mierda, yo no canto, y así sé que mi carne no será de otro alimento. Sin embargo, en prosaica rima pretendo como siempre, maldito por las musas de muchos colores y sus adjetivaciones perversas, expresaros un punto muy sencillo.

Me declaro por tanto egómano y narcisista, y desocupado y maldito. y ahora mediante ésta admito un virus de ponzoñas puntiagudas, a la falta de dragones que cazar, no me queda sino construirlos en papel maché y destrozarlos con cuchillos de mantequilla. Que queden esclarecidas, mediante esta carta auto enviada de propia humillación, mis intensiones al entregarme a la mismísima representación del mal épico de la conciencia humana.

En pocas palabras, para quienes no han entendido, abrí este blog y están bienvenidos.