25 de septiembre de 2011

De los amigos que no se ponen de acuerdo

Una vez dos hombres se juntaron a hablar, ambos eran jóvenes, no sobrepasaban los 25 años de edad. Eran  amigos de toda la vida y por eso acostumbraban reunirse con unas cervezas y discutir temas de interés general. En esta ocasión particular ¿de qué estarían hablando? realmente no lo sé, pero llegaron a un punto en que uno abogaba por el sí, mientras el otro por el no, y la conversación, que estoy muy seguro era profunda y racional, se tornó en esto:

-Que yo digo que sí-

-Que no, hombre, eso no puede ser-

-Sí lo es-

-No lo es-

-¡Que si!-

-¡Que no!-

-¡Si!-

-¡No!-

Estaban motivados hacia su respectivo punto de vista de una forma tal, que rayaba en la terquedad o el fanatismo. Tan aferrados estaban a sus opiniones, que su diálogo se extendió a una longitud increíble, no se daban cuenta, pero seguían ahí hablando, mientras el reloj giraba y giraba; y mientras un perro en la casa de al lado, pendiente desde el principio del argumento, ladraba, aullaba, chillaba, parecía advertiéndoles de su locura. Pero así siguieron, perpetuamente inconscientes del resto del mundo.

Llegó a un punto en que uno de ellos, que ya había empezado a ser afectado por el alzheimer, tuvo, en medio de su demencia senil, un desliz de cordura, cuando le correspondía decir su linea esperó un poco, miró a todos lados y dijo: ¿de que estábamos hablando? El otro, titubeante y tembloroso reflexionó un momento y trató de responderle que no sabía, sin embargo, antes de poder configurar las palabras, lo atacó una tos terrible, al parecer los años de inanición lo habían afectado, y de un momento a otro, su brazo izquierdo se detuvo en una postura específica, sus ojos se voltearon hacia atrás del cráneo, y el hombre dejó de respirar, cayendo muerto a causa de un infarto.

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