26 de diciembre de 2011

Yo y la poesía

No escribo poesía porque me guste la poesía.
Escribo poesía porque detesto la poesía.
Lo hago, porque si no la escribo se queda dentro de mí
Y detesto la poesía.

10 de diciembre de 2011

Haiku a la luna llena

6 mil millones
mirando al cielo, y tú
mirando abajo

7 de diciembre de 2011

Bote pesquero


Había una vez un hombre (probablemente se llamaba Raúl o Ramiro) que iba caminando por la playa. La playa era su lugar favorito, lo que más le gustaba estando ahí era recorrer descalzo la arena, lo hacía por horas y horas, disfrutando de las diminutas olas golpeándole los pies, y de la casual roca que se clavaba en su planta. si llegaba a un acantilado o a un paso imposible, se daba vuelta y seguía caminan en sentido opuesto. Le encantaba también, ver como el sol se escondía en el horizonte, y coloreaba con sanguina las nubes, haciendo que todo el mundo se viera amarillo o rojo o púrpura, poco a poco transmutando el cielo para revelar las estrellas.

Justamente este día se encontró en la orilla un bote de madera suspendido, tenía una red de pescar y un remo. Como no vio a nadie cerca, decidió montarlo. Se fue remando mar adentro, no muy lejos, claro está, no quería perder de vista la isla. Cuando estuvo en un punto que le pareció apropiado, tiró la redecilla, se puso en una posición cómoda y se quedó observando cómo el Sol enrojecido se ocultaba detrás del velo del océano. A medida que eso sucedía, él se iba relajando más y más, cerrando de a poquitos sus pesados párpados...

A punto de dormirse, una sacudida lo despertó, volvió en sí para darse cuenta de que todo el cielo estaba azul ¿a dónde ha ido el sol? preguntó incapaz de hallarse a sí mismo, pero no tardó en reaccionar y ubicarse en esa balsa en medio del mar, miró abajo y vio que la red se estaba moviendo y el bote iba de un lado a otro. 

Entonces, se le aceleró el corazón y se le enfrió todo el cuerpo, algo había picado, algo grande. Trató con todas las fuerzas que tenía, de halar la red, pero lo que sea que allí estaba le respondía con un ímpetu aun mayor. Tiró y tiró, hasta que a punto de voltear su nave pudo sacar la red.

Al escurrirse el agua que le cubría la cara, vio en medio del bote, enredado entre los resistentes hilos, al Sol, empapado y muerto del susto, el pobrecito parecía agonizante. Nuestro protagonista, al ver lo que se retorcía entre sus piernas, se conmovió y no lo pensó dos veces. Con el mango del remo (buscando no quemarse) lanzó el Sol de regreso al agua, y retornó a la orilla.


Nunca volvió a coger botes prestados.





Apuntes:
-Gracias a esas caritas blancas rosaditas de inocencia por su infinita fuente de inspiración
-El anterior cuento no tiene relación alguna con El Vuelco del Cangrejo (r)

6 de diciembre de 2011

Sobre mí [1]

Si me muriera y llegara al cielo, y en la puerta del paraíso me encontrara a san Pedro, y este me preguntara: ¿quién es usted? Yo le respondería: Yo no sé, ¿usted tampoco sabe?...

Y él miraría en su gigantesca libreta de apuntes y diría algo así como: Según mi información, usted es el número 7.426'689.455. Y yo no podría estar más de acuerdo

2 de diciembre de 2011

La oportunidad

Tú tranquila nena
que la oportunidad llegará
puedes verlo adelante
vendrá el momento indicado


Y cuando llegue
te diré lo que he de decirte
y tú sonreirás
y yo sonreiré
y una de dos cosas sucederá
tu corazón caerá muerto a mis pies
o mi corazón caerá muerto a los tuyos

29 de noviembre de 2011

Manzanas

Dos manzanas están sentadas en un tejado, una es verde, y la otra es morada. No conocía manzanas moradas, le dice la primera a la segunda. Y yo no conocía manzanas verdes, le responde la otra. Ambas se quedan calladas una fracción de segundo. ¿A qué saben las manzanas verdes?... ¿Quieres probar?.... Bueno. La manzana verde trata de acercarse a la otra, pero se tropieza y empieza a rodar por entre las tejas, sin brazos o piernas que la detengan, cae al piso, un humano la ve e inspecciona. Como está tan bella y madura, le quita el polvo de la caída y se la va comiendo el resto de camino. Creo que nunca sabré a qué sabe una manzana verde.

22 de noviembre de 2011

ToRtUgA

by: nicky

y en el umbral
apareciste amor
como tortuga

19 de noviembre de 2011

Un sueño premonitorio


El sueño fue, de hecho, muy simple. El hombre, que respondía al nombre de Boris, se encontraba sentado en una banca al lado oeste del parque, era de noche pero todo lo que necesitaba ver estaba iluminado. En frente tenía un poste de luz que brillaba intensamente, sin embargo, no detallaba mucho a cierta distancia, esto no fue problema ya que en sueños, siempre tenía la certeza de dónde estaba y de la realidad de ese lugar.

No se movía, sólo estaba ahí sentado. De repente, un gato blanco cayó del cielo, tenía una mancha gris alrededor del ojo izquierdo y un par de alas como de paloma ¡NO HABÍA CAÍDO, HABÍA ATERRIZADO! El hombre pensó: "Ya estamos en temporada de gatos voladores". Por su parte, el felino fijó la mirada en el sujeto al frente suyo y se mantuvo un largo rato. El profundo silencio que había invadido la atmósfera se vio interrumpido por la llegada de una chica. Se trataba de una hermosa mona de ojos azules, con su lacia cabellera hasta las rodillas y un cutis pálido que cubría su sensual cuerpo curvilíneo. En pocas palabras, una mona de ensueño.

El hombre a duras penas tragó saliva, gesto que repitió su cuerpo, que estaba saliendo del trance. Se aferró a la trama cinematográfica de su sueño (del que ya era consciente), esperando poder probar semejante belleza, y cuando la chica se le aproximó, invadiéndole la mirada con la propia, y estando a milímetros de besarlo... despertó.

Boris era un genio para la mecánica y algunas otras ciencias, pero un desastre con las mujeres, por eso, en aquella ocasión sintió cómo la frustración recorría su cuerpo a 180 palpitaciones por minuto, y quiso con sus débiles puños despedazar la almohada.

Se logró calmar mas no podía sacar el sueño de su cabeza, todo el día lo ocupó, tanto que no pudo ejecutar ninguna de sus labores en la empresa y fue regresado a casa, "suspendido una semana por riesgos en su salud mental". Camino a casa pasó por el parque, ese mismo parque, y recordó que en alguna ocasión le habían comentado que los sueños podían ser premonitorios. Cargado de escepticismo pero conducido por una curiosidad científica, se detuvo y se sentó en la banca del lado oeste, no tenía nadie alrededor y en frente pudo ver un poste con los faros encendidos. Permaneció sentado ahí por horas, pensando por momentos "¡Qué gran bobada!" o "¿Qué tal que suceda algo?"... Y nada ocurrió.

Sin embargo, al otro día desde que despertó notó un detalle, en el sueño había un gato alado. "Eso no es posible, al menos no en este universo" se dijo. Recordó que la vecina tenía un gato blanco, parecido al que había visto, aunque con la mancha en el ojo derecho. Con sólo abrir una lata de atún, le fue fácil capturarlo en una caja de cartón. Se retiró a un cuartico diminuto de su apartamento donde tenía toda clase de viejos aparatos y juguetes, sacó una especie de pajarito mecánico que funcionaba con una manivela, lo desatornilló aquí y allá y sus dos alas se salieron del cuerpo. Tomó unas correas y las usó para unir, con mucha dificultad, las alas al gato, lo devolvió a la caja y lo selló.

Salió de su casa con la caja debajo de un brazo y un carrete de alambre en el otro. Cuando llegó al parque, se fijó que nadie lo estuviera viendo, clavó cuidadosamente unas argollas en el pavimento y en el poste e hizo que el alambre pasara por ellas. Sobre el farol puso la caja que contenía el gato y en una esquina le anudó el alambre.

La noche cayó cuando terminaba su labor, pero pudo prepararlo todo con un cálculo exquisito. Se sentó en la banca con un extremo del alambre atado al dedo índice y esperó. El farol estaba prendido, todo lo que necesitaba ver estaba iluminado. El hombre empezó a contar 100... 99... 98... y a medida que lo hacía se ponía más y más nervioso. Cuando llegó a 1, hizo un gesto rápido con la mano, el alambre se tensionó desde su puesto hasta el tope del poste y la caja se abrió. Un destello de luz invadió el contenedor haciendo que el gato saltara, las alas plásticas se desplegaron y el gato cayó en frente de él. Lo miró por unos segundos, pero volteó y corrió en sentido opuesto.

El hombre apresurandose miró a la izquierda y no vio nada, luego a la derecha y pudo ver que de entre la penumbra se le acercaba un cuerpo majestuoso, se trataba de una morena de curvas pronunciadísimas y un cabello corto de espectaculares rizos. El hombre a duras penas pudo tragar saliva antes de que la mujer se le sentara al lado, invadiendo su mirada con la propia, y dijera con una sonrisa pícara incrustada en sus labios de ébano: "Debe ser temporada de gatos voladores".

10 de noviembre de 2011

Las delicias del señor Pretel


El hombre se sentó al lado de la ventana que daba a la calle. No tenía muchas opciones, ya que en la cafetería, que alcanzaba un metro de ancho y dos de profundidad, únicamente había  esa solitaria mesa  con tocados en oro chino y sus dos bancas acolchadas de mínima altura. Sacó un largo cigarrillo azul y lo prendió con su encendedor zippo plateado.

El mesero se acercó, proceso que no debía tomar mucho en tan poco espacio, pero que pareció gastar horas enteras. “El chico es un poco lento” pensó lo obvio el hombre, mientras detallaba todos los cuadros que estaban colgados en la pared, una gorda, una jirafa, un sujeto barbudo, una morsa, y así sucesivamente, todos en la única mesa y con un descomunal plato de comida en frente. Estaba muy intrigado por el contenido de las pinturas.

--¿Quién pintó estos cuadros?—preguntó

--El… se… ñor… Pre… tel-- lo curioso es que el hombre permaneció  atento  todo el tiempo que duró esa sencilla frase en ser  pronunciada

--¿Y quien es ese tal señor Pastel?—

--Pre...tel… por…fa…vor…no…ha…ble…tan…rá…pi…do—mientras respondía, se volteó y se retiró, desapareció.

El hombre seguía un poco desconcertado con aquel joven, no notaba  que no había podido ordenar, dejó caer su peso sobre la espalda baja y continuó extrayendo sabor de su cigarro.

En ese momento, la puerta se abrió y alguien entró, se trataba de un gigantesco pájaro amarillo, posiblemente un pollo, llevaba un corbatín rojo y gafas Ray Ban. Si a ese país hubiera llegado el azote del capitalismo, el hombre reiría con la referencia a Plaza Sésamo, pero no fue así.

A medida que el humo ocupaba el lugar, la enorme ave empezó a toser, como reclamándole algo al hombre, él levantó la mirada.

--¿Tiene algún problema caballero?—preguntó el hombre

--De hecho sí, no me gusta mi comida llena de hollín—

--No debió haberse sentado a mi lado entonces—

--Créame, que lo tuve que pensar dos veces a penas lo vi—

El hombre sonrió, estaba reconociendo en su mente la ironía de la situación

--¿Le parezco desagradable de alguna forma?—

Silencio.

--Pues usted es un pájaro gigante—continuó --si hubiera llegado primero, yo ni consideraría sentarme—

Su interlocutor amarillo resopló y sacó un periódico, lo abrió de par en par y comenzó a leerlo. El hombre, entonces, bajó la mirada y notó que en la mesa había un par de velas, un servilletero, sal, pimienta, orégano;  todo estaba configurado de maravilla (cosa extraña, por supuesto, ya que el mesero, que hace poco se había movido como un scargot crudo, debió ir y venir increíblemente rápido y sigiloso). El hombre giró la cabeza pero no vio al chico así que se volvió hacia su compañero.

--Pero en serio, es muy raro ver a un pájaro de su tamaño por ahí, nunca lo había visto, ¿es usted alguna especie de mutante o algo?—

--¡Qué insolente! criatura, cómo te atreves, gusano… Llamarme a mí mutante… Si soy el profesor Hernández, de la universidad más prestigiosa del país, me imagino que usted ni sabe cual es esa… Si algo, usted es la criatura extraña aquí, ¿acaso es un mono?... sí un mono, huele como uno, y tiene la mirada como uno, pero está todo afeitado, ¡uish! Que desagradables ustedes los jóvenes y sus nuevas modas…

Dio la impresión en ese momento, de que el discurso se extendería por horas, y una vena gorda se le estaba luciendo en la frente al hombre. Afortunadamente, el mesero interrumpió, llevaba un plato en brazos, lo puso en la mesa y dijo: “a…quí…es…tá…lo…su…yo”

El hombre y el pájaro contuvieron la respiración y miraron el plato en medio de ellos, tenía toda clase de cuchillos, unos pequeños como palillos pero increíblemente puntiagudos, otros grandes y largos como katanas, unos gruesos cual hachas, cerca de unos 20 cuchillos todos diferentes pero bien afilados. 

Permanecieron así un segundo, luego cruzaron miradas estupefactos, ambos eran muy ingenuos como para darse cuenta de en lo que se habían metido, en realidad, a nadie que entra a ese restaurante se le advierte lo que ha de suceder.

Sólo fue necesario que a uno de los dos se le sacudiera un poco el hombro, para que ambos saltaran impulsados por un instinto animal del cual ni siquiera eran conscientes, él tomó un hacha dentada y el pájaro dos cuchillos angostos, levantaron los brazos y empezaron a luchar. Cada quién buscaba llevar el otro a muerte. El tranquilo lugar se convirtió en un espectáculo sangriento, volaban plumas y sudor por doquier. Se escuchaban resonar por toda la habitación grotescos y salvajes sonidos.

Simultáneamente a la barbarie, el mesero, que había disfrutado pintar esos eventos desde el primer día en que fundó el restaurante, sacó su caballete, un bastidor nuevecito y blanco como él sólo, un taburete mediano, y una mesita. En la mesita puso una caja de cartón con óleos de varios colores, un tarro de aceite, otro de trementina y  un juego de pinceles. Se sentó y disfrutó el desenlace de los eventos.

El nuevo cuadro se titularía: el profesor Hernández y su almuerzo.

7 de noviembre de 2011

Haiku a J.

Grandes dragones
y de la macadamia
tú estás hecha

27 de octubre de 2011

Preocupado

Estoy preocupado, mi psiquiatra me dijo que yo era imaginario

Sueños

La otra noche soñé que era un humano. Y me desperté y era un perro

Ser una papaya

Ser una papaya no es fácil. Se lo demuestro: ¿es usted una papaya?, ¿alguien en su familia es una papaya?, ¿alguno de sus amigos es una papaya?



Eso pensé

25 de octubre de 2011

Haiku a B.

Curiosa mujer,
que lo conoce todo
sobre los hombres

Haiku a la luna

Luna hermosa
si de algo sirviese
te haría verso

Hamburguesas de dragón


--¡Hamburguesa de dragón!-- gritaba por última vez al rostro de la chica, el enorme sujeto peludo de casco encuernado y barba roja con blanco.

--Ya le dije señor, Mc Donald's no vende hamburguesas de dragón-- respondió  ella.

Su nerviosismo era más que evidente, una gota de sudor frío le recorrió la frente, sus piernas se agitaban como las cuerdas de una guitara que resuena un mí. Y no sólo era ella, todos a su lado, las personitas de uniforme azul, atrapadas en la laberíntica cocineta temían por el aceite caliente, los cuchillos colgantes y las parrillas hirvientes que yacían en el recinto.

Atrás del descontextualizado bárbaro, algunas familias habían comenzado a salir huyendo, los que quedaban, sentados con los ojos abiertos, y un personaje recién lavado pegado de la puerta del baño, escuchando el alboroto. 

Hubo un largo silencio.

El cuerpo del invasor estaba constituido por enormes músculos que se entrecruzaban dándole un aspecto aterrador, tenía una capa de pronunciadísimas vellosidades en brazos y piernas. La ira ya se había apoderado de él, como el temor en su interlocutor, se rascó la barba como atando cabos en su mente. Emitió un grito de hipopótamo en celo y con el mismo ímpetu animal llevó su mano a la espalda, alcanzó un garrote de acero y piedra que le colgaba de correas, y en un movimiento certero lo abalanzó contra la barra, produciendo un sonido atroz y provocando que todos los presentes gritasen entrando en un pánico primitivo. Una nube de polvo se levantó obstaculizando la luz y por un instante no se vio nada.

A medida que el viento despejó el edificio, se pudieron ver los rostros de la gente espantada, todos abrazados con todos, un par de niños llorando en la esquina, y el enorme agujero causado por el extraño visitante. Los que habían alcanzado a salir dijeron verlo caminar calle arriba y nadie nunca volvió a dar testimonio de su existencia.

El local se vació rápidamente. El gerente reunió a sus empleados buscando clausurar el incidente y al oír las diferentes versiones, decidió ahorrarse procedimientos, cerró por el día y puso a todos a limpiar. Los días siguientes, atendieron con una tabla improvisada en el mesón mientras llegaba de la capital una comisión a repararlo.

A las dos semanas del evento, la anécdota estaba casi olvidada, nadie le daba mayor relevancia y la catastrófica evidencia había desaparecido. La chica de la caja estaba tomando el pedido cuando se abre la puerta y todos los comensales se voltean a ver lo que entra por ella.

Primero, un gigantesco cráneo reptiliano con brillantes ojos amarillos y dientes ennegrecidos, cinco cuernos largos y puntiagudos y un par de barbas milenarias. Detrás, un extenso cuello escamado, dos brazos proporcionalmente pequeños pero del tamaño de una persona,  que introducían un cuerpo sólido y dos patas traseras prominentes. Quienes observaron el grácil espectáculo de su entrada, también notaron una cola monumental que se quedó fuera del establecimiento.

Estupefactos, atónitos, todos volvieron la mirada a la cajera, ella ni siquiera parpadeaba, "a penas llevo un mes en el trabajo", era lo único que se pasaba por su mente, tenía sus tímidos ojos azules clavados en los más prominentes de la bestia.

Hubo un silencio abismal acompañado de la exhalación carburante del extraño visitante.

--¡Hamburguesa de Vikingo!-- exclamó ese ser, con calma, pero produciendo espantosos sonidos.

--Lo siento señor, Mc Donald's no vende hamburguesas de vikingo-- respondió ella...





McDonald's, ¡me encanta!

10 de octubre de 2011

...

Qué será que tienen ese par de enamorados, que apenas se asoma la gorda blanca en el piso de arriba, corren uno a los brazos del otro, como si iluminados por esa luz de platino sus corazones se hicieran grandes y empezaran a emanar sentimientos bizarros; como si nada más fuera necesario para que llorasen palabras bonitas. Sonriendo están ese par de enamorados, desnudos completamente pues ni siquiera se conocen, pero se saben de memoria, no se ven, pero se identifican cada detalle. Vaya par de enamorados, simplemente idiotizados por la maldición del lunático.

27 de septiembre de 2011

El Escritor


Decir que hoy es un día normal sería un error, pues desde antes que empezara ya se sabía lo que iba a pasar, ¿por qué?, preguntarán ustedes, pues la respuesta es muy sencilla, por que él así lo quizo, todo lo que pasa en el mundo sucede por que él, el gran escribano, lo escribe así. Se trata de un viejito de 200 años, un viejito muy inteligente y hábil, experto en el arte de la descripción, por eso logra que nosotros, los protagonistas de su cuentico nos creamos hasta la más sutil de las sensaciones de este mundo.

Entre otras cosas, él tiene un nombre, se llama Roberto. Por allá, en lo que para nosotros era 1816, se sentó en su escritorio, tomó un lapiz que tenía a la mano y empezó con un "érase una vez".

Primero, situó a la humanidad en inglaterra, a medida que inventaba las diminutas tramas que vivían los personajes, se vio forzado a describir nuevos lugares, nuevos oficios,  nuevas razas, nuevas formas de pensamiento, religiones, filosofías, corrientes, etc. Así la trama se volvía cada vez más densa.

Pero luego se encontró el problema de que los personajes que había inventado eran terriblemente curiosos, y se empezaron a preguntar sobre su pasado, entonces, Roberto muy astutamente escribió por aparte, una enciclopedia entera de cómo la humanidad habia llegado a ese punto, y con algunas figuras literarias, y conectores propios de su bien estructurada gramática, logró que todo se acoplara perfectamente, los hombres tendrían pistas a  su alrededor con las cuales descubrirían su historia.

La indagación no terminaba ahí, los humanos querían saber más,  así que empezaron a hablar sobre el espacio, ya sabían algunas cosas de su planeta, y una que otra estrella, pero no era suficiente, querían ir más allá, así que a Roberto le tocaba escribir sobre lo más grande y lo más pequeño, sobre el universo de las galaxias, y de los átomos, de la materia y la energía, las ondas y las partículas.
Y El Escritor, como todo buen escritor, era feliz con su narración, pues no importa cuanto tuviera que trabajar en ello, lo importante era la vida de sus personajes, y la integridad de la historia.

Sin embargo, ya van 200 años en los cuales un viejito ha estado escribiendo este cuento en el que somos protagonistas, y aceptémoslo, es demasiado extraño que alguien se mantenga con vida tanto tiempo, lo cual me lleva de nuevo a mi punto. el día de hoy no es un día normal, pues él, El Escritor, ha decidido que ya no seguirá escribiendo nuestros diálogos, ni nuestras acciones. Que ya no quiere hacer de narrador, no por que nos deje de querer, sino porque quiere descansar, así que festejemos, pues hoy, el viejito terminó su pequeño cuento.

26 de septiembre de 2011

Caligrafía


Desde sus primeros años de vida, tuvo una gran dificultad, o al menos algo que para la sociedad sí lo era, se trataba de su pésima caligrafía, era completamente incapaz de manejar las letras cursivas del español, y por lo tanto sus trabajos eran menospreciados o rechazados por esos vasallos de la academia. 

Debido a este problema, a muy temprana edad, los profesores le asignaron la tarea de hacer planas, repetir una y otra vez en un cuaderno la misma palabra hasta que ésta saliera bien. Lo hizo desde entonces, todas las noches, en un principio obligado por sus padres, pero a medida que creció y se convirtió en un adolescente, se apoderó de la obsesión como si fuera propia. Hubo muchas ocasiones en que se rehusó a salir con sus amigos porque debía corregir su ritmo, o se perdió el estreno de alguna película porque las letras altas no alcanzaban la misma altura. Y cuando no le quedaban más hojas, compraba un cuaderno nuevo y seguía.

Así fue su vida hasta llegar a aproximadamente los 20 años, en esos días, logró escribir la palabra con una letra que le satisfizo el gusto, había logrado exactamente lo que la profesora de tercero de primaria pedía, además, quedaba sólo una hoja vacía en todo el cuaderno. La arrancó y con una pluma comenzó el trazó, lo hizo de la forma más estilizada posible, hizo los giros que debía en el momento que debía, las líneas verticales con una perfecta inclinación de 90 grados, pero sin descuidar los ágiles movimientos curvos que se enroscaban para describir la más sublime perfección de un grafo. En esa ocasión repitió por última vez la palabra “Adiós”. Con una sonrisa irónica decorándole el rostro, abrió el cajón a su derecha, y vio el revólver que ahí ocultaba, lo tomó y se disparó en la cabeza.

Cuidado donde dejas tu cerebro

Pacho estaba a punto de salir, ya era hora de ir a la compañía que administraba, pero no podía encontrar las llaves de su casa, por más que se rascaba la cabeza, no lograba conseguir la ubicación de las llaves. Se puso, entonces, a buscar en su armario, en el estudio, en los cajones, y justo buscando entre tantos papeles que guardaba, encontró su cerebro.

Estaba debajo de una especie de calendarios, lo desempolvó un poco, lo frotó con el antebrazo y se lo introdujo en la cabeza. Al instante, centenares de pensamientos se le ocurrieron, recordó todo lo que se le había perdido y cómo, a los 3 años su perro, a los 8 unos cuadernos, a los 12 un dinero.

También recordó que a los 15 perdió su voz de niño, a los 18 la virginidad, a los 22 al amor de su vida, a los 25 los escrúpulos y montó su compañía de telecomunicaciones.

Esos recuerdos y pensamientos le trajeron tanto alegría como tristeza, pero eran mucho para él, así que sacó una caja, se quitó el cerebro de nuevo y lo puso ahí, escribió encima con marcador, y bien grande: "3-feb-2010. No abrir hasta dentro de 30 años."

25 de septiembre de 2011

De los amigos que no se ponen de acuerdo

Una vez dos hombres se juntaron a hablar, ambos eran jóvenes, no sobrepasaban los 25 años de edad. Eran  amigos de toda la vida y por eso acostumbraban reunirse con unas cervezas y discutir temas de interés general. En esta ocasión particular ¿de qué estarían hablando? realmente no lo sé, pero llegaron a un punto en que uno abogaba por el sí, mientras el otro por el no, y la conversación, que estoy muy seguro era profunda y racional, se tornó en esto:

-Que yo digo que sí-

-Que no, hombre, eso no puede ser-

-Sí lo es-

-No lo es-

-¡Que si!-

-¡Que no!-

-¡Si!-

-¡No!-

Estaban motivados hacia su respectivo punto de vista de una forma tal, que rayaba en la terquedad o el fanatismo. Tan aferrados estaban a sus opiniones, que su diálogo se extendió a una longitud increíble, no se daban cuenta, pero seguían ahí hablando, mientras el reloj giraba y giraba; y mientras un perro en la casa de al lado, pendiente desde el principio del argumento, ladraba, aullaba, chillaba, parecía advertiéndoles de su locura. Pero así siguieron, perpetuamente inconscientes del resto del mundo.

Llegó a un punto en que uno de ellos, que ya había empezado a ser afectado por el alzheimer, tuvo, en medio de su demencia senil, un desliz de cordura, cuando le correspondía decir su linea esperó un poco, miró a todos lados y dijo: ¿de que estábamos hablando? El otro, titubeante y tembloroso reflexionó un momento y trató de responderle que no sabía, sin embargo, antes de poder configurar las palabras, lo atacó una tos terrible, al parecer los años de inanición lo habían afectado, y de un momento a otro, su brazo izquierdo se detuvo en una postura específica, sus ojos se voltearon hacia atrás del cráneo, y el hombre dejó de respirar, cayendo muerto a causa de un infarto.

En nombre de la señora Norris


¿Quién no conoce a la señora Norris?

La señora Norris se ha encargado desde hace ya unos años de ayudar a cualquiera que llegue ante ella a lidiar con sus problemas, ya sea que se trate de una deuda inmensa ante un banco, o del caso más común, una decepción amorosa.

¿Pero qué hace tan buena a la señora Norris para ello?

La respuesta es muy sencilla, la señora Norris te da siempre la respuesta que quieres oír, no quiero decir que te complazca para que salgas feliz pensando que tenías la razón desde el momento que entraste, sino que logra sacar de ti mismo la verdad, te lleva de la mano por ese sendero de la reflexión hasta que alcances la iluminación.

Si, la señora Norris tiene un poder especial para ese tipo de cosas. Sin embargo, yo, que he ido ante ella un par de veces y me he sentado a solucionar el simple misterio del ¿cómo lo hace? he descubierto qué es lo "grandioso" de esta diosa, que más que una divinidad es una gitana perezosa y regordete.

Así es, la verdad es que esta señora no hace nada, literalmente, solo se acuesta y escucha, el paciente de turno se posa frente a ella y empieza a alegar sus problemas, ella parpadea, se rasca casualmente y puede permanecer en esa posición horas enteras, hasta que el muy crédulo ha desahogado todo y puede retirarse en éxtasis con la totalidad de sus inquietudes resueltas. La mirada en el rostro de ella al final de todo demuestra cómo, muy perversamente, se ríe de los problemas de otra persona, actuando indiferente pero disfrutando de los relatos ajenos, ese es su pasatiempo, coleccionar las malas experiencias e insatisfacciones de los demás.

Una vez, recuerdo que sucedió algo increíble, Una joven de unos 20 años se le acercó y empezó a hablarle, nunca había escuchado de ella, no tenía la más mínima idea de que estaba con la famosa señora Norris, a quien ya todo el vecindario tenía identificada, simplemente se la encontró acostada, estática, y al ver que no tenían compañía, empezó a hablarle, recuerdo expresiones como: "pero qué estoy haciendo, esto es una tontería", "si alguien supiera de esto..." Parecía que estaba insegura, estaba probando algo que nunca había hecho, con la esperanza de que fuera terapéutico.

Al poco tiempo cogió confianza, empezó a referirse a la señora como un igual, hacía chistes y se reía de ellos, obviamente no recibía respuesta, sólo una mirada inexpresiva que seguía el movimiento de sus manos. Pasó así horas, y horas, al parecer el tiempo suficiente para que la señora Norris perdiera la compostura, empezó a notársele en los movimientos, aunque era su naturaleza estar acostada, se retorcía como si algo le tallara, intentó levantarse e irse, pero fue retenida por la joven, quien lanzó las manos rápidamente en dirección suya y alcanzó a acostarla nuevamente.

Lo que decía la joven dejó de ser tan interesante como lo fue la evidente incomodidad de la señora Norris. Lo que vino a continuación no tiene comparación, me dejó completamente sorprendido, cuando por primera vez en sus 7 vidas y años viendo pacientes, hizo lo que hizo con aquella persona.

Ella, la joven, estaba en medio de su monólogo, iba diciendo: "¡Oh!, cómo soy de miserable..." cuando la señora Norris se levantó, abrió la boca lo suficiente para exhibir sus colmillos y gritó con su tono chillón: "Ya basta, eres infeliz, lo sé, todo el mundo lo sabe, ¡no me importa!"

La joven quedó igual a como quedé yo, como seguramente quedaron ustedes, anonadada, no dijo nada y no hizo un solo movimiento, la señora Norris partió sin más, dejando la escena rápidamente.

Una cosa es segura, esa joven no volvió a ser la misma, aunque lo oculte muy bien, el encuentro la dejó afectada, pues si hay algo que ella no esperaba, y tampoco ningún otro paciente esperaría, es que la señora Norris, quien no es más que un gato doméstico, fuera a responder a sus reproches. Desde ese día, se calla sus problemas en vez de desahogarse con animales.

Carta resignista



A la sombra del nuevo paradigma de paradójico escrutinio, que no pide más que el escurrir de un chorro diminuto de sangre púrpura al presionar mis sesos con sus cadenas. Que no se diga, que no se diga, que soy poeta de amores perdidos, de momentos desperdiciados. Triste es no conocer la propia desolación como triste es conocerla y vivir con ella. Lástima no me doy, ni pesares no me tengo pues aunque como el cuervo estoy cubierto en mierda, yo no canto, y así sé que mi carne no será de otro alimento. Sin embargo, en prosaica rima pretendo como siempre, maldito por las musas de muchos colores y sus adjetivaciones perversas, expresaros un punto muy sencillo.

Me declaro por tanto egómano y narcisista, y desocupado y maldito. y ahora mediante ésta admito un virus de ponzoñas puntiagudas, a la falta de dragones que cazar, no me queda sino construirlos en papel maché y destrozarlos con cuchillos de mantequilla. Que queden esclarecidas, mediante esta carta auto enviada de propia humillación, mis intensiones al entregarme a la mismísima representación del mal épico de la conciencia humana.

En pocas palabras, para quienes no han entendido, abrí este blog y están bienvenidos.