No escribo poesía porque me guste la poesía.
Escribo poesía porque detesto la poesía.
Lo hago, porque si no la escribo se queda dentro de mí
Y detesto la poesía.
El arte es NADA, eso es lo que lo hace arte. Este blog existe para que disfrutemos de lo inútil de lo vacío, pero a la vez profundo, de inverosímiles paradojas y metafóricos encuentros con demonios o ángeles. Tambien para que gozemos flotando en almohadillas de aire y elevando nuestra mente hasta mundos de papayas parlantes y ratones fetichistas. Dejémonos llevar por el ridículo, el absurdo, lo surreal, lo subliminal, lo automático, lo cósmico. Déjate retorcer la cabeza
26 de diciembre de 2011
10 de diciembre de 2011
7 de diciembre de 2011
Bote pesquero
Había una vez un hombre (probablemente se llamaba Raúl o
Ramiro) que iba caminando por la playa. La playa era su lugar favorito, lo que
más le gustaba estando ahí era recorrer descalzo la arena, lo hacía por horas y
horas, disfrutando de las diminutas olas golpeándole los pies, y de la casual
roca que se clavaba en su planta. si llegaba a un acantilado o a un paso
imposible, se daba vuelta y seguía caminan en sentido opuesto. Le encantaba también,
ver como el sol se escondía en el horizonte, y coloreaba con sanguina las nubes,
haciendo que todo el mundo se viera amarillo o rojo o púrpura, poco a poco
transmutando el cielo para revelar las estrellas.
Justamente este día se encontró en la orilla un bote de
madera suspendido, tenía una red de pescar y un remo. Como no vio a nadie
cerca, decidió montarlo. Se fue remando mar adentro, no muy lejos, claro está,
no quería perder de vista la isla. Cuando estuvo en un punto que le pareció
apropiado, tiró la redecilla, se puso en una posición cómoda y se quedó observando
cómo el Sol enrojecido se ocultaba detrás del velo del océano. A medida que eso
sucedía, él se iba relajando más y más, cerrando de a poquitos sus pesados
párpados...
A punto de dormirse, una sacudida lo despertó, volvió en sí
para darse cuenta de que todo el cielo estaba azul ¿a dónde ha ido el sol?
preguntó incapaz de hallarse a sí mismo, pero no tardó en reaccionar y ubicarse
en esa balsa en medio del mar, miró abajo y vio que la red se estaba moviendo y
el bote iba de un lado a otro.
Entonces, se le aceleró el corazón y se le enfrió todo el
cuerpo, algo había picado, algo grande. Trató con todas las fuerzas que tenía,
de halar la red, pero lo que sea que allí estaba le respondía con un ímpetu aun
mayor. Tiró y tiró, hasta que a punto de voltear su nave pudo sacar la red.
Al escurrirse el agua que le cubría la cara, vio en medio
del bote, enredado entre los resistentes hilos, al Sol, empapado y muerto del
susto, el pobrecito parecía agonizante. Nuestro protagonista, al ver lo que se
retorcía entre sus piernas, se conmovió y no lo pensó dos veces. Con el mango
del remo (buscando no quemarse) lanzó el Sol de regreso al agua, y retornó a la
orilla.
Nunca volvió a coger botes prestados.
Apuntes:
-Gracias a esas caritas blancas rosaditas de inocencia por su infinita fuente de inspiración
-El anterior cuento no tiene relación alguna con El Vuelco del Cangrejo (r)
Apuntes:
-Gracias a esas caritas blancas rosaditas de inocencia por su infinita fuente de inspiración
-El anterior cuento no tiene relación alguna con El Vuelco del Cangrejo (r)
6 de diciembre de 2011
Sobre mí [1]
Si me muriera y llegara al cielo, y en la puerta del paraíso me encontrara a san Pedro, y este me preguntara: ¿quién es usted? Yo le respondería: Yo no sé, ¿usted tampoco sabe?...
Y él miraría en su gigantesca libreta de apuntes y diría algo así como: Según mi información, usted es el número 7.426'689.455. Y yo no podría estar más de acuerdo
Y él miraría en su gigantesca libreta de apuntes y diría algo así como: Según mi información, usted es el número 7.426'689.455. Y yo no podría estar más de acuerdo
2 de diciembre de 2011
La oportunidad
Tú tranquila nena
que la oportunidad llegará
puedes verlo adelante
vendrá el momento indicado
Y cuando llegue
te diré lo que he de decirte
y tú sonreirás
y yo sonreiré
y una de dos cosas sucederá
tu corazón caerá muerto a mis pies
o mi corazón caerá muerto a los tuyos
que la oportunidad llegará
puedes verlo adelante
vendrá el momento indicado
Y cuando llegue
te diré lo que he de decirte
y tú sonreirás
y yo sonreiré
y una de dos cosas sucederá
tu corazón caerá muerto a mis pies
o mi corazón caerá muerto a los tuyos
29 de noviembre de 2011
Manzanas
Dos manzanas están sentadas en un tejado, una es verde, y la
otra es morada. No conocía manzanas moradas, le dice la primera a la segunda. Y
yo no conocía manzanas verdes, le responde la otra. Ambas se quedan calladas
una fracción de segundo. ¿A qué saben las manzanas verdes?... ¿Quieres
probar?.... Bueno. La manzana verde trata de acercarse a la otra, pero se
tropieza y empieza a rodar por entre las tejas, sin brazos o piernas que la
detengan, cae al piso, un humano la ve e inspecciona. Como está tan bella y
madura, le quita el polvo de la caída y se la va comiendo el resto de camino.
Creo que nunca sabré a qué sabe una manzana verde.
22 de noviembre de 2011
19 de noviembre de 2011
Un sueño premonitorio
El sueño fue, de hecho, muy simple. El hombre, que respondía
al nombre de Boris, se encontraba sentado en una banca al lado oeste del
parque, era de noche pero todo lo que necesitaba ver estaba iluminado. En
frente tenía un poste de luz que brillaba intensamente, sin embargo, no
detallaba mucho a cierta distancia, esto no fue problema ya que en sueños,
siempre tenía la certeza de dónde estaba y de la realidad de ese lugar.
No se movía, sólo estaba ahí sentado. De repente, un gato
blanco cayó del cielo, tenía una mancha gris alrededor del ojo izquierdo y un
par de alas como de paloma ¡NO HABÍA CAÍDO, HABÍA ATERRIZADO! El hombre pensó:
"Ya estamos en temporada de gatos voladores". Por su parte, el felino
fijó la mirada en el sujeto al frente suyo y se mantuvo un largo rato. El
profundo silencio que había invadido la atmósfera se vio interrumpido por la
llegada de una chica. Se trataba de una hermosa mona de ojos azules, con su
lacia cabellera hasta las rodillas y un cutis pálido que cubría su sensual
cuerpo curvilíneo. En pocas palabras, una mona de ensueño.
El hombre a duras penas tragó saliva, gesto que repitió su
cuerpo, que estaba saliendo del trance. Se aferró a la trama cinematográfica de
su sueño (del que ya era consciente), esperando poder probar semejante belleza,
y cuando la chica se le aproximó, invadiéndole la mirada con la propia, y
estando a milímetros de besarlo... despertó.
Boris era un genio para la mecánica y algunas otras
ciencias, pero un desastre con las mujeres, por eso, en aquella ocasión sintió
cómo la frustración recorría su cuerpo a 180 palpitaciones por minuto, y quiso
con sus débiles puños despedazar la almohada.
Se logró calmar mas no podía sacar el sueño de su cabeza,
todo el día lo ocupó, tanto que no pudo ejecutar ninguna de sus labores en la
empresa y fue regresado a casa, "suspendido una semana por riesgos en su
salud mental". Camino a casa pasó por el parque, ese mismo parque, y
recordó que en alguna ocasión le habían comentado que los sueños podían ser
premonitorios. Cargado de escepticismo pero conducido por una curiosidad
científica, se detuvo y se sentó en la banca del lado oeste, no tenía nadie
alrededor y en frente pudo ver un poste con los faros encendidos. Permaneció
sentado ahí por horas, pensando por momentos "¡Qué gran bobada!" o
"¿Qué tal que suceda algo?"... Y nada ocurrió.
Sin embargo, al otro día desde que despertó notó un detalle,
en el sueño había un gato alado. "Eso no es posible, al menos no en este
universo" se dijo. Recordó que la vecina tenía un gato blanco, parecido al
que había visto, aunque con la mancha en el ojo derecho. Con sólo abrir una
lata de atún, le fue fácil capturarlo en una caja de cartón. Se retiró a un
cuartico diminuto de su apartamento donde tenía toda clase de viejos aparatos y
juguetes, sacó una especie de pajarito mecánico que funcionaba con una
manivela, lo desatornilló aquí y allá y sus dos alas se salieron del cuerpo.
Tomó unas correas y las usó para unir, con mucha dificultad, las alas al gato,
lo devolvió a la caja y lo selló.
Salió de su casa con la caja debajo de un brazo y un carrete
de alambre en el otro. Cuando llegó al parque, se fijó que nadie lo estuviera
viendo, clavó cuidadosamente unas argollas en el pavimento y en el poste e hizo
que el alambre pasara por ellas. Sobre el farol puso la caja que contenía el
gato y en una esquina le anudó el alambre.
La noche cayó cuando terminaba su labor, pero pudo prepararlo
todo con un cálculo exquisito. Se sentó en la banca con un extremo del alambre
atado al dedo índice y esperó. El farol estaba prendido, todo lo que necesitaba
ver estaba iluminado. El hombre empezó a contar 100... 99... 98... y a medida
que lo hacía se ponía más y más nervioso. Cuando llegó a 1, hizo un gesto
rápido con la mano, el alambre se tensionó desde su puesto hasta el tope del
poste y la caja se abrió. Un destello de luz invadió el contenedor haciendo que
el gato saltara, las alas plásticas se desplegaron y el gato cayó en frente de
él. Lo miró por unos segundos, pero volteó y corrió en sentido opuesto.
El hombre apresurandose miró a la izquierda y no vio nada,
luego a la derecha y pudo ver que de entre la penumbra se le acercaba un cuerpo
majestuoso, se trataba de una morena de curvas pronunciadísimas y un cabello
corto de espectaculares rizos. El hombre a duras penas pudo tragar saliva antes
de que la mujer se le sentara al lado, invadiendo su mirada con la propia, y
dijera con una sonrisa pícara incrustada en sus labios de ébano: "Debe ser
temporada de gatos voladores".
10 de noviembre de 2011
Las delicias del señor Pretel
El hombre se sentó al lado de la ventana que daba a la
calle. No tenía muchas opciones, ya que en la cafetería, que alcanzaba un metro
de ancho y dos de profundidad, únicamente había
esa solitaria mesa con tocados en
oro chino y sus dos bancas acolchadas de mínima altura. Sacó un largo
cigarrillo azul y lo prendió con su encendedor zippo plateado.
El mesero se acercó, proceso que no debía tomar mucho en tan
poco espacio, pero que pareció gastar horas enteras. “El chico es un poco
lento” pensó lo obvio el hombre, mientras detallaba todos los cuadros que
estaban colgados en la pared, una gorda, una jirafa, un sujeto barbudo, una
morsa, y así sucesivamente, todos en la única mesa y con un descomunal plato de
comida en frente. Estaba muy intrigado por el contenido de las pinturas.
--¿Quién pintó estos cuadros?—preguntó
--El… se… ñor… Pre… tel-- lo curioso es que el hombre
permaneció atento todo el tiempo que duró esa sencilla frase en
ser pronunciada
--¿Y quien es ese tal señor Pastel?—
--Pre...tel… por…fa…vor…no…ha…ble…tan…rá…pi…do—mientras
respondía, se volteó y se retiró, desapareció.
El hombre seguía un poco desconcertado con aquel joven, no
notaba que no había podido ordenar, dejó
caer su peso sobre la espalda baja y continuó extrayendo sabor de su cigarro.
En ese momento, la puerta se abrió y alguien entró, se trataba
de un gigantesco pájaro amarillo, posiblemente un pollo, llevaba un corbatín
rojo y gafas Ray Ban. Si a ese país hubiera llegado el azote del capitalismo,
el hombre reiría con la referencia a Plaza Sésamo, pero no fue así.
A medida que el humo ocupaba el lugar, la enorme ave empezó
a toser, como reclamándole algo al hombre, él levantó la mirada.
--¿Tiene algún problema caballero?—preguntó el hombre
--De hecho sí, no me gusta mi comida llena de hollín—
--No debió haberse sentado a mi lado entonces—
--Créame, que lo tuve que pensar dos veces a penas lo vi—
El hombre sonrió, estaba reconociendo en su mente la ironía
de la situación
--¿Le parezco desagradable de alguna forma?—
Silencio.
--Pues usted es un pájaro gigante—continuó --si hubiera
llegado primero, yo ni consideraría sentarme—
Su interlocutor amarillo resopló y sacó un periódico, lo abrió
de par en par y comenzó a leerlo. El hombre, entonces, bajó la mirada y notó
que en la mesa había un par de velas, un servilletero, sal, pimienta, orégano; todo estaba configurado de maravilla (cosa
extraña, por supuesto, ya que el mesero, que hace poco se había movido como un
scargot crudo, debió ir y venir increíblemente rápido y sigiloso). El hombre
giró la cabeza pero no vio al chico así que se volvió hacia su compañero.
--Pero en serio, es muy raro ver a un pájaro de su tamaño
por ahí, nunca lo había visto, ¿es usted alguna especie de mutante o algo?—
--¡Qué insolente! criatura, cómo te atreves, gusano… Llamarme
a mí mutante… Si soy el profesor Hernández, de la universidad más prestigiosa
del país, me imagino que usted ni sabe cual es esa… Si algo, usted es la
criatura extraña aquí, ¿acaso es un mono?... sí un mono, huele como uno, y
tiene la mirada como uno, pero está todo afeitado, ¡uish! Que desagradables
ustedes los jóvenes y sus nuevas modas…
Dio la impresión en ese momento, de que el discurso se
extendería por horas, y una vena gorda se le estaba luciendo en la frente al
hombre. Afortunadamente, el mesero interrumpió, llevaba un plato en brazos, lo
puso en la mesa y dijo: “a…quí…es…tá…lo…su…yo”
El hombre y el pájaro contuvieron la respiración y miraron
el plato en medio de ellos, tenía toda clase de cuchillos, unos pequeños como
palillos pero increíblemente puntiagudos, otros grandes y largos como katanas,
unos gruesos cual hachas, cerca de unos 20 cuchillos todos diferentes pero bien
afilados.
Permanecieron así un segundo, luego cruzaron miradas estupefactos,
ambos eran muy ingenuos como para darse cuenta de en lo que se habían metido,
en realidad, a nadie que entra a ese restaurante se le advierte lo que ha de
suceder.
Sólo fue necesario que a uno de los dos se le sacudiera un
poco el hombro, para que ambos saltaran impulsados por un instinto animal del
cual ni siquiera eran conscientes, él tomó un hacha dentada y el pájaro dos
cuchillos angostos, levantaron los brazos y empezaron a luchar. Cada quién
buscaba llevar el otro a muerte. El tranquilo lugar se convirtió en un
espectáculo sangriento, volaban plumas y sudor por doquier. Se escuchaban
resonar por toda la habitación grotescos y salvajes sonidos.
Simultáneamente a la barbarie, el mesero, que había
disfrutado pintar esos eventos desde el primer día en que fundó el restaurante,
sacó su caballete, un bastidor nuevecito y blanco como él sólo, un taburete
mediano, y una mesita. En la mesita puso una caja de cartón con óleos de varios
colores, un tarro de aceite, otro de trementina y un juego de pinceles. Se sentó y disfrutó el
desenlace de los eventos.
El nuevo cuadro se titularía: el profesor Hernández y su
almuerzo.
7 de noviembre de 2011
27 de octubre de 2011
Ser una papaya
Ser una papaya no es fácil. Se lo demuestro: ¿es usted una papaya?, ¿alguien en su familia es una papaya?, ¿alguno de sus amigos es una papaya?
Eso pensé
Eso pensé
25 de octubre de 2011
Hamburguesas de dragón
--¡Hamburguesa de dragón!-- gritaba por última vez al rostro
de la chica, el enorme sujeto peludo de casco encuernado y barba roja con
blanco.
--Ya le dije señor, Mc Donald's no vende hamburguesas de
dragón-- respondió ella.
Su nerviosismo era más que evidente, una gota de sudor frío
le recorrió la frente, sus piernas se agitaban como las cuerdas de una guitara
que resuena un mí. Y no sólo era ella, todos a su lado, las personitas de
uniforme azul, atrapadas en la laberíntica cocineta temían por el aceite
caliente, los cuchillos colgantes y las parrillas hirvientes que yacían en el
recinto.
Atrás del descontextualizado bárbaro, algunas familias
habían comenzado a salir huyendo, los que quedaban, sentados con los ojos
abiertos, y un personaje recién lavado pegado de la puerta del baño, escuchando
el alboroto.
Hubo un largo silencio.
El cuerpo del invasor estaba constituido por enormes músculos
que se entrecruzaban dándole un aspecto aterrador, tenía una capa de
pronunciadísimas vellosidades en brazos y piernas. La ira ya se había apoderado
de él, como el temor en su interlocutor, se rascó la barba como atando cabos en
su mente. Emitió un grito de hipopótamo en celo y con el mismo ímpetu animal
llevó su mano a la espalda, alcanzó un garrote de acero y piedra que le colgaba
de correas, y en un movimiento certero lo abalanzó contra la barra, produciendo
un sonido atroz y provocando que todos los presentes gritasen entrando en un
pánico primitivo. Una nube de polvo se levantó obstaculizando la luz y por un
instante no se vio nada.
A medida que el viento despejó el edificio, se pudieron ver
los rostros de la gente espantada, todos abrazados con todos, un par de niños
llorando en la esquina, y el enorme agujero causado por el extraño visitante.
Los que habían alcanzado a salir dijeron verlo caminar calle arriba y nadie
nunca volvió a dar testimonio de su existencia.
El local se vació rápidamente. El gerente reunió a sus
empleados buscando clausurar el incidente y al oír las diferentes versiones,
decidió ahorrarse procedimientos, cerró por el día y puso a todos a limpiar.
Los días siguientes, atendieron con una tabla improvisada en el mesón mientras
llegaba de la capital una comisión a repararlo.
A las dos semanas del evento, la anécdota estaba casi
olvidada, nadie le daba mayor relevancia y la catastrófica evidencia había
desaparecido. La chica de la caja estaba tomando el pedido cuando se abre la
puerta y todos los comensales se voltean a ver lo que entra por ella.
Primero, un gigantesco cráneo reptiliano con brillantes ojos
amarillos y dientes ennegrecidos, cinco cuernos largos y puntiagudos y un par
de barbas milenarias. Detrás, un extenso cuello escamado, dos brazos
proporcionalmente pequeños pero del tamaño de una persona, que introducían un cuerpo sólido y dos patas
traseras prominentes. Quienes observaron el grácil espectáculo de su entrada,
también notaron una cola monumental que se quedó fuera del establecimiento.
Estupefactos, atónitos, todos volvieron la mirada a la
cajera, ella ni siquiera parpadeaba, "a penas llevo un mes en el
trabajo", era lo único que se pasaba por su mente, tenía sus tímidos ojos
azules clavados en los más prominentes de la bestia.
Hubo un silencio abismal acompañado de la exhalación
carburante del extraño visitante.
--¡Hamburguesa de Vikingo!-- exclamó ese ser, con calma,
pero produciendo espantosos sonidos.
--Lo siento señor, Mc Donald's no vende hamburguesas de
vikingo-- respondió ella...
McDonald's, ¡me encanta!
10 de octubre de 2011
...
Qué será que tienen ese par de enamorados, que apenas se
asoma la gorda blanca en el piso de arriba, corren uno a los brazos del otro,
como si iluminados por esa luz de platino sus corazones se hicieran grandes y
empezaran a emanar sentimientos bizarros; como si nada más fuera necesario para
que llorasen palabras bonitas. Sonriendo están ese par de enamorados, desnudos
completamente pues ni siquiera se conocen, pero se saben de memoria, no se ven,
pero se identifican cada detalle. Vaya par de enamorados, simplemente idiotizados
por la maldición del lunático.
27 de septiembre de 2011
El Escritor
Decir que hoy es un día normal sería un error, pues desde
antes que empezara ya se sabía lo que iba a pasar, ¿por qué?, preguntarán
ustedes, pues la respuesta es muy sencilla, por que él así lo quizo, todo lo
que pasa en el mundo sucede por que él, el gran escribano, lo escribe así. Se
trata de un viejito de 200 años, un viejito muy inteligente y hábil, experto en
el arte de la descripción, por eso logra que nosotros, los protagonistas de su
cuentico nos creamos hasta la más sutil de las sensaciones de este mundo.
Entre otras cosas, él tiene un nombre, se llama Roberto. Por allá, en lo
que para nosotros era 1816, se sentó en su escritorio, tomó un lapiz que tenía
a la mano y empezó con un "érase una vez".
Primero, situó a la humanidad en inglaterra, a medida que inventaba las
diminutas tramas que vivían los personajes, se vio forzado a describir nuevos
lugares, nuevos oficios, nuevas razas,
nuevas formas de pensamiento, religiones, filosofías, corrientes, etc. Así la
trama se volvía cada vez más densa.
Pero luego se encontró el problema de que los personajes que había
inventado eran terriblemente curiosos, y se empezaron a preguntar sobre su
pasado, entonces, Roberto muy astutamente escribió por aparte, una enciclopedia
entera de cómo la humanidad habia llegado a ese punto, y con algunas figuras
literarias, y conectores propios de su bien estructurada gramática, logró que
todo se acoplara perfectamente, los hombres tendrían pistas a su alrededor con las cuales descubrirían su
historia.
La indagación no terminaba ahí, los humanos querían saber más, así que empezaron a hablar sobre el espacio,
ya sabían algunas cosas de su planeta, y una que otra estrella, pero no era
suficiente, querían ir más allá, así que a Roberto le tocaba escribir sobre lo
más grande y lo más pequeño, sobre el universo de las galaxias, y de los
átomos, de la materia y la energía, las ondas y las partículas.
Y El Escritor, como todo buen escritor, era feliz con su narración, pues
no importa cuanto tuviera que trabajar en ello, lo importante era la vida de
sus personajes, y la integridad de la historia.
Sin embargo, ya van 200 años en los cuales un viejito ha estado
escribiendo este cuento en el que somos protagonistas, y aceptémoslo, es
demasiado extraño que alguien se mantenga con vida tanto tiempo, lo cual me
lleva de nuevo a mi punto. el día de hoy no es un día normal, pues él, El
Escritor, ha decidido que ya no seguirá escribiendo nuestros diálogos, ni
nuestras acciones. Que ya no quiere hacer de narrador, no por que nos deje de
querer, sino porque quiere descansar, así que festejemos, pues hoy, el viejito terminó
su pequeño cuento.
26 de septiembre de 2011
Caligrafía
Desde sus primeros años de vida, tuvo una gran dificultad, o
al menos algo que para la sociedad sí lo era, se trataba de su pésima caligrafía,
era completamente incapaz de manejar las letras cursivas del español, y por lo
tanto sus trabajos eran menospreciados o rechazados por esos vasallos de la
academia.
Debido a este problema, a muy temprana edad, los profesores
le asignaron la tarea de hacer planas, repetir una y otra vez en un cuaderno la
misma palabra hasta que ésta saliera bien. Lo hizo desde entonces, todas
las noches, en un principio obligado por sus padres, pero a medida que creció y
se convirtió en un adolescente, se apoderó de la obsesión como si fuera propia.
Hubo muchas ocasiones en que se rehusó a salir con sus amigos porque debía
corregir su ritmo, o se perdió el estreno de alguna película porque las letras
altas no alcanzaban la misma altura. Y cuando no le quedaban más hojas,
compraba un cuaderno nuevo y seguía.
Así fue su vida hasta llegar a aproximadamente los 20 años,
en esos días, logró escribir la palabra con una letra que le satisfizo el gusto,
había logrado exactamente lo que la profesora de tercero de primaria pedía,
además, quedaba sólo una hoja vacía en todo el cuaderno. La arrancó y con una pluma
comenzó el trazó, lo hizo de la forma más estilizada posible, hizo los giros
que debía en el momento que debía, las líneas verticales con una perfecta inclinación
de 90 grados, pero sin descuidar los ágiles movimientos curvos que se enroscaban
para describir la más sublime perfección de un grafo. En esa ocasión repitió
por última vez la palabra “Adiós”. Con una sonrisa irónica decorándole el
rostro, abrió el cajón a su derecha, y vio el revólver que ahí ocultaba, lo tomó
y se disparó en la cabeza.
Cuidado donde dejas tu cerebro
Pacho estaba a punto de salir, ya era hora de ir a la compañía que administraba, pero no podía encontrar las llaves de su casa, por más que se rascaba la cabeza, no lograba conseguir la ubicación de las llaves. Se puso, entonces, a buscar en su armario, en el estudio, en los cajones, y justo buscando entre tantos papeles que guardaba, encontró su cerebro.
Estaba debajo de una especie de calendarios, lo desempolvó un poco, lo frotó con el antebrazo y se lo introdujo en la cabeza. Al instante, centenares de pensamientos se le ocurrieron, recordó todo lo que se le había perdido y cómo, a los 3 años su perro, a los 8 unos cuadernos, a los 12 un dinero.
También recordó que a los 15 perdió su voz de niño, a los 18 la virginidad, a los 22 al amor de su vida, a los 25 los escrúpulos y montó su compañía de telecomunicaciones.
Esos recuerdos y pensamientos le trajeron tanto alegría como tristeza, pero eran mucho para él, así que sacó una caja, se quitó el cerebro de nuevo y lo puso ahí, escribió encima con marcador, y bien grande: "3-feb-2010. No abrir hasta dentro de 30 años."
Estaba debajo de una especie de calendarios, lo desempolvó un poco, lo frotó con el antebrazo y se lo introdujo en la cabeza. Al instante, centenares de pensamientos se le ocurrieron, recordó todo lo que se le había perdido y cómo, a los 3 años su perro, a los 8 unos cuadernos, a los 12 un dinero.
También recordó que a los 15 perdió su voz de niño, a los 18 la virginidad, a los 22 al amor de su vida, a los 25 los escrúpulos y montó su compañía de telecomunicaciones.
Esos recuerdos y pensamientos le trajeron tanto alegría como tristeza, pero eran mucho para él, así que sacó una caja, se quitó el cerebro de nuevo y lo puso ahí, escribió encima con marcador, y bien grande: "3-feb-2010. No abrir hasta dentro de 30 años."
25 de septiembre de 2011
De los amigos que no se ponen de acuerdo
Una vez dos hombres se juntaron a hablar, ambos eran jóvenes, no sobrepasaban los 25 años de edad. Eran amigos de toda la vida y por eso acostumbraban reunirse con unas cervezas y discutir temas de interés general. En esta ocasión particular ¿de qué estarían hablando? realmente no lo sé, pero llegaron a un punto en que uno abogaba por el sí, mientras el otro por el no, y la conversación, que estoy muy seguro era profunda y racional, se tornó en esto:
-Que yo digo que sí-
-Que no, hombre, eso no puede ser-
-Sí lo es-
-No lo es-
-¡Que si!-
-¡Que no!-
-¡Si!-
-¡No!-
Estaban motivados hacia su respectivo punto de vista de una forma tal, que rayaba en la terquedad o el fanatismo. Tan aferrados estaban a sus opiniones, que su diálogo se extendió a una longitud increíble, no se daban cuenta, pero seguían ahí hablando, mientras el reloj giraba y giraba; y mientras un perro en la casa de al lado, pendiente desde el principio del argumento, ladraba, aullaba, chillaba, parecía advertiéndoles de su locura. Pero así siguieron, perpetuamente inconscientes del resto del mundo.
Llegó a un punto en que uno de ellos, que ya había empezado a ser afectado por el alzheimer, tuvo, en medio de su demencia senil, un desliz de cordura, cuando le correspondía decir su linea esperó un poco, miró a todos lados y dijo: ¿de que estábamos hablando? El otro, titubeante y tembloroso reflexionó un momento y trató de responderle que no sabía, sin embargo, antes de poder configurar las palabras, lo atacó una tos terrible, al parecer los años de inanición lo habían afectado, y de un momento a otro, su brazo izquierdo se detuvo en una postura específica, sus ojos se voltearon hacia atrás del cráneo, y el hombre dejó de respirar, cayendo muerto a causa de un infarto.
-Que yo digo que sí-
-Que no, hombre, eso no puede ser-
-Sí lo es-
-No lo es-
-¡Que si!-
-¡Que no!-
-¡Si!-
-¡No!-
Estaban motivados hacia su respectivo punto de vista de una forma tal, que rayaba en la terquedad o el fanatismo. Tan aferrados estaban a sus opiniones, que su diálogo se extendió a una longitud increíble, no se daban cuenta, pero seguían ahí hablando, mientras el reloj giraba y giraba; y mientras un perro en la casa de al lado, pendiente desde el principio del argumento, ladraba, aullaba, chillaba, parecía advertiéndoles de su locura. Pero así siguieron, perpetuamente inconscientes del resto del mundo.
Llegó a un punto en que uno de ellos, que ya había empezado a ser afectado por el alzheimer, tuvo, en medio de su demencia senil, un desliz de cordura, cuando le correspondía decir su linea esperó un poco, miró a todos lados y dijo: ¿de que estábamos hablando? El otro, titubeante y tembloroso reflexionó un momento y trató de responderle que no sabía, sin embargo, antes de poder configurar las palabras, lo atacó una tos terrible, al parecer los años de inanición lo habían afectado, y de un momento a otro, su brazo izquierdo se detuvo en una postura específica, sus ojos se voltearon hacia atrás del cráneo, y el hombre dejó de respirar, cayendo muerto a causa de un infarto.
En nombre de la señora Norris
¿Quién no conoce a la señora Norris?
La señora Norris se ha encargado desde hace ya unos años de
ayudar a cualquiera que llegue ante ella a lidiar con sus problemas, ya sea que
se trate de una deuda inmensa ante un banco, o del caso más común, una
decepción amorosa.
¿Pero qué hace tan buena a la señora Norris para ello?
La respuesta es muy sencilla, la señora Norris te da siempre
la respuesta que quieres oír, no quiero decir que te complazca para que salgas
feliz pensando que tenías la razón desde el momento que entraste, sino que
logra sacar de ti mismo la verdad, te lleva de la mano por ese sendero de la reflexión
hasta que alcances la iluminación.
Si, la señora Norris tiene un poder especial para ese tipo
de cosas. Sin embargo, yo, que he ido ante ella un par de veces y me he sentado
a solucionar el simple misterio del ¿cómo lo hace? he descubierto qué es lo
"grandioso" de esta diosa, que más que una divinidad es una gitana perezosa
y regordete.
Así es, la verdad es que esta señora no hace nada,
literalmente, solo se acuesta y escucha, el paciente de turno se posa frente a
ella y empieza a alegar sus problemas, ella parpadea, se rasca casualmente y
puede permanecer en esa posición horas enteras, hasta que el muy crédulo ha
desahogado todo y puede retirarse en éxtasis con la totalidad de sus
inquietudes resueltas. La mirada en el rostro de ella al final de todo
demuestra cómo, muy perversamente, se ríe de los problemas de otra persona,
actuando indiferente pero disfrutando de los relatos ajenos, ese es su pasatiempo,
coleccionar las malas experiencias e insatisfacciones de los demás.
Una vez, recuerdo que sucedió algo increíble, Una joven de
unos 20 años se le acercó y empezó a hablarle, nunca había escuchado de ella,
no tenía la más mínima idea de que estaba con la famosa señora Norris, a quien
ya todo el vecindario tenía identificada, simplemente se la encontró acostada,
estática, y al ver que no tenían compañía, empezó a hablarle, recuerdo
expresiones como: "pero qué estoy haciendo, esto es una tontería",
"si alguien supiera de esto..." Parecía que estaba insegura, estaba
probando algo que nunca había hecho, con la esperanza de que fuera terapéutico.
Al poco tiempo cogió confianza, empezó a referirse a la
señora como un igual, hacía chistes y se reía de ellos, obviamente no recibía
respuesta, sólo una mirada inexpresiva que seguía el movimiento de sus manos.
Pasó así horas, y horas, al parecer el tiempo suficiente para que la señora
Norris perdiera la compostura, empezó a notársele en los movimientos, aunque
era su naturaleza estar acostada, se retorcía como si algo le tallara, intentó
levantarse e irse, pero fue retenida por la joven, quien lanzó las manos rápidamente
en dirección suya y alcanzó a acostarla nuevamente.
Lo que decía la joven dejó de ser tan interesante como lo
fue la evidente incomodidad de la señora Norris. Lo que vino a continuación no
tiene comparación, me dejó completamente sorprendido, cuando por primera vez en
sus 7 vidas y años viendo pacientes, hizo lo que hizo con aquella persona.
Ella, la joven, estaba en medio de su monólogo, iba
diciendo: "¡Oh!, cómo soy de miserable..." cuando la señora Norris se
levantó, abrió la boca lo suficiente para exhibir sus colmillos y gritó con su
tono chillón: "Ya basta, eres infeliz, lo sé, todo el mundo lo sabe, ¡no
me importa!"
La joven quedó igual a como quedé yo, como seguramente
quedaron ustedes, anonadada, no dijo nada y no hizo un solo movimiento, la
señora Norris partió sin más, dejando la escena rápidamente.
Una cosa es segura, esa joven no volvió a ser la misma,
aunque lo oculte muy bien, el encuentro la dejó afectada, pues si hay algo que
ella no esperaba, y tampoco ningún otro paciente esperaría, es que la señora
Norris, quien no es más que un gato doméstico, fuera a responder a sus reproches.
Desde ese día, se calla sus problemas en vez de desahogarse con animales.
Carta resignista
A la sombra del nuevo paradigma de paradójico escrutinio, que no pide más que el escurrir de un chorro diminuto de sangre púrpura al presionar mis sesos con sus cadenas. Que no se diga, que no se diga, que soy poeta de amores perdidos, de momentos desperdiciados. Triste es no conocer la propia desolación como triste es conocerla y vivir con ella. Lástima no me doy, ni pesares no me tengo pues aunque como el cuervo estoy cubierto en mierda, yo no canto, y así sé que mi carne no será de otro alimento. Sin embargo, en prosaica rima pretendo como siempre, maldito por las musas de muchos colores y sus adjetivaciones perversas, expresaros un punto muy sencillo.
Me declaro por tanto egómano y narcisista, y desocupado y maldito. y ahora mediante ésta admito un virus de ponzoñas puntiagudas, a la falta de dragones que cazar, no me queda sino construirlos en papel maché y destrozarlos con cuchillos de mantequilla. Que queden esclarecidas, mediante esta carta auto enviada de propia humillación, mis intensiones al entregarme a la mismísima representación del mal épico de la conciencia humana.
En pocas palabras, para quienes no han entendido, abrí este blog y están bienvenidos.
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