26 de septiembre de 2011

Caligrafía


Desde sus primeros años de vida, tuvo una gran dificultad, o al menos algo que para la sociedad sí lo era, se trataba de su pésima caligrafía, era completamente incapaz de manejar las letras cursivas del español, y por lo tanto sus trabajos eran menospreciados o rechazados por esos vasallos de la academia. 

Debido a este problema, a muy temprana edad, los profesores le asignaron la tarea de hacer planas, repetir una y otra vez en un cuaderno la misma palabra hasta que ésta saliera bien. Lo hizo desde entonces, todas las noches, en un principio obligado por sus padres, pero a medida que creció y se convirtió en un adolescente, se apoderó de la obsesión como si fuera propia. Hubo muchas ocasiones en que se rehusó a salir con sus amigos porque debía corregir su ritmo, o se perdió el estreno de alguna película porque las letras altas no alcanzaban la misma altura. Y cuando no le quedaban más hojas, compraba un cuaderno nuevo y seguía.

Así fue su vida hasta llegar a aproximadamente los 20 años, en esos días, logró escribir la palabra con una letra que le satisfizo el gusto, había logrado exactamente lo que la profesora de tercero de primaria pedía, además, quedaba sólo una hoja vacía en todo el cuaderno. La arrancó y con una pluma comenzó el trazó, lo hizo de la forma más estilizada posible, hizo los giros que debía en el momento que debía, las líneas verticales con una perfecta inclinación de 90 grados, pero sin descuidar los ágiles movimientos curvos que se enroscaban para describir la más sublime perfección de un grafo. En esa ocasión repitió por última vez la palabra “Adiós”. Con una sonrisa irónica decorándole el rostro, abrió el cajón a su derecha, y vio el revólver que ahí ocultaba, lo tomó y se disparó en la cabeza.

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