Había una vez un hombre (probablemente se llamaba Raúl o
Ramiro) que iba caminando por la playa. La playa era su lugar favorito, lo que
más le gustaba estando ahí era recorrer descalzo la arena, lo hacía por horas y
horas, disfrutando de las diminutas olas golpeándole los pies, y de la casual
roca que se clavaba en su planta. si llegaba a un acantilado o a un paso
imposible, se daba vuelta y seguía caminan en sentido opuesto. Le encantaba también,
ver como el sol se escondía en el horizonte, y coloreaba con sanguina las nubes,
haciendo que todo el mundo se viera amarillo o rojo o púrpura, poco a poco
transmutando el cielo para revelar las estrellas.
Justamente este día se encontró en la orilla un bote de
madera suspendido, tenía una red de pescar y un remo. Como no vio a nadie
cerca, decidió montarlo. Se fue remando mar adentro, no muy lejos, claro está,
no quería perder de vista la isla. Cuando estuvo en un punto que le pareció
apropiado, tiró la redecilla, se puso en una posición cómoda y se quedó observando
cómo el Sol enrojecido se ocultaba detrás del velo del océano. A medida que eso
sucedía, él se iba relajando más y más, cerrando de a poquitos sus pesados
párpados...
A punto de dormirse, una sacudida lo despertó, volvió en sí
para darse cuenta de que todo el cielo estaba azul ¿a dónde ha ido el sol?
preguntó incapaz de hallarse a sí mismo, pero no tardó en reaccionar y ubicarse
en esa balsa en medio del mar, miró abajo y vio que la red se estaba moviendo y
el bote iba de un lado a otro.
Entonces, se le aceleró el corazón y se le enfrió todo el
cuerpo, algo había picado, algo grande. Trató con todas las fuerzas que tenía,
de halar la red, pero lo que sea que allí estaba le respondía con un ímpetu aun
mayor. Tiró y tiró, hasta que a punto de voltear su nave pudo sacar la red.
Al escurrirse el agua que le cubría la cara, vio en medio
del bote, enredado entre los resistentes hilos, al Sol, empapado y muerto del
susto, el pobrecito parecía agonizante. Nuestro protagonista, al ver lo que se
retorcía entre sus piernas, se conmovió y no lo pensó dos veces. Con el mango
del remo (buscando no quemarse) lanzó el Sol de regreso al agua, y retornó a la
orilla.
Nunca volvió a coger botes prestados.
Apuntes:
-Gracias a esas caritas blancas rosaditas de inocencia por su infinita fuente de inspiración
-El anterior cuento no tiene relación alguna con El Vuelco del Cangrejo (r)
Apuntes:
-Gracias a esas caritas blancas rosaditas de inocencia por su infinita fuente de inspiración
-El anterior cuento no tiene relación alguna con El Vuelco del Cangrejo (r)
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