19 de noviembre de 2011

Un sueño premonitorio


El sueño fue, de hecho, muy simple. El hombre, que respondía al nombre de Boris, se encontraba sentado en una banca al lado oeste del parque, era de noche pero todo lo que necesitaba ver estaba iluminado. En frente tenía un poste de luz que brillaba intensamente, sin embargo, no detallaba mucho a cierta distancia, esto no fue problema ya que en sueños, siempre tenía la certeza de dónde estaba y de la realidad de ese lugar.

No se movía, sólo estaba ahí sentado. De repente, un gato blanco cayó del cielo, tenía una mancha gris alrededor del ojo izquierdo y un par de alas como de paloma ¡NO HABÍA CAÍDO, HABÍA ATERRIZADO! El hombre pensó: "Ya estamos en temporada de gatos voladores". Por su parte, el felino fijó la mirada en el sujeto al frente suyo y se mantuvo un largo rato. El profundo silencio que había invadido la atmósfera se vio interrumpido por la llegada de una chica. Se trataba de una hermosa mona de ojos azules, con su lacia cabellera hasta las rodillas y un cutis pálido que cubría su sensual cuerpo curvilíneo. En pocas palabras, una mona de ensueño.

El hombre a duras penas tragó saliva, gesto que repitió su cuerpo, que estaba saliendo del trance. Se aferró a la trama cinematográfica de su sueño (del que ya era consciente), esperando poder probar semejante belleza, y cuando la chica se le aproximó, invadiéndole la mirada con la propia, y estando a milímetros de besarlo... despertó.

Boris era un genio para la mecánica y algunas otras ciencias, pero un desastre con las mujeres, por eso, en aquella ocasión sintió cómo la frustración recorría su cuerpo a 180 palpitaciones por minuto, y quiso con sus débiles puños despedazar la almohada.

Se logró calmar mas no podía sacar el sueño de su cabeza, todo el día lo ocupó, tanto que no pudo ejecutar ninguna de sus labores en la empresa y fue regresado a casa, "suspendido una semana por riesgos en su salud mental". Camino a casa pasó por el parque, ese mismo parque, y recordó que en alguna ocasión le habían comentado que los sueños podían ser premonitorios. Cargado de escepticismo pero conducido por una curiosidad científica, se detuvo y se sentó en la banca del lado oeste, no tenía nadie alrededor y en frente pudo ver un poste con los faros encendidos. Permaneció sentado ahí por horas, pensando por momentos "¡Qué gran bobada!" o "¿Qué tal que suceda algo?"... Y nada ocurrió.

Sin embargo, al otro día desde que despertó notó un detalle, en el sueño había un gato alado. "Eso no es posible, al menos no en este universo" se dijo. Recordó que la vecina tenía un gato blanco, parecido al que había visto, aunque con la mancha en el ojo derecho. Con sólo abrir una lata de atún, le fue fácil capturarlo en una caja de cartón. Se retiró a un cuartico diminuto de su apartamento donde tenía toda clase de viejos aparatos y juguetes, sacó una especie de pajarito mecánico que funcionaba con una manivela, lo desatornilló aquí y allá y sus dos alas se salieron del cuerpo. Tomó unas correas y las usó para unir, con mucha dificultad, las alas al gato, lo devolvió a la caja y lo selló.

Salió de su casa con la caja debajo de un brazo y un carrete de alambre en el otro. Cuando llegó al parque, se fijó que nadie lo estuviera viendo, clavó cuidadosamente unas argollas en el pavimento y en el poste e hizo que el alambre pasara por ellas. Sobre el farol puso la caja que contenía el gato y en una esquina le anudó el alambre.

La noche cayó cuando terminaba su labor, pero pudo prepararlo todo con un cálculo exquisito. Se sentó en la banca con un extremo del alambre atado al dedo índice y esperó. El farol estaba prendido, todo lo que necesitaba ver estaba iluminado. El hombre empezó a contar 100... 99... 98... y a medida que lo hacía se ponía más y más nervioso. Cuando llegó a 1, hizo un gesto rápido con la mano, el alambre se tensionó desde su puesto hasta el tope del poste y la caja se abrió. Un destello de luz invadió el contenedor haciendo que el gato saltara, las alas plásticas se desplegaron y el gato cayó en frente de él. Lo miró por unos segundos, pero volteó y corrió en sentido opuesto.

El hombre apresurandose miró a la izquierda y no vio nada, luego a la derecha y pudo ver que de entre la penumbra se le acercaba un cuerpo majestuoso, se trataba de una morena de curvas pronunciadísimas y un cabello corto de espectaculares rizos. El hombre a duras penas pudo tragar saliva antes de que la mujer se le sentara al lado, invadiendo su mirada con la propia, y dijera con una sonrisa pícara incrustada en sus labios de ébano: "Debe ser temporada de gatos voladores".

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