12 de agosto de 2012

El fortuito encuentro del mago y el guerrero

El frío era increíble, un aire ártico se paseaba de esquina a esquina del recinto, helando la piel de todos los ahí presente. El guerrero repartía miradas retadoras. A pesar de que su única vestimenta era un penacho enorme, un taparrabo y un pectoral de oro, no parecía ser afectado por la infrahumana temperatura. Su arma predilecta, una lanza tallada a mano de un fósil de dinosaurio, era lo único que tenía consigo.

En otro extremo del lugar había un anciano, un carácter ancestral que confiaba su visión a dos cristales y que no dejaba de verle. Cualquiera pensaría por la mirada fija de esos dos que un fatal enfrentamiento estaría por armarse. Pero, cuando su paciencia estuvo cerca del límite, la cajera intervino: "pase caballero". El anciano desprendió su interés del indio sobre la silla y arrimó el recibo con el cual le darían su pensión.

Nunca hubo tanta tensión en el Banco Central de la Nación. El guarda no tenía razón para echar al sujeto semidesnudo, y el miedo no lo dejaría de todas formas. Las personas que inocentemente venían a hacer una diligencia se encontraban llenos de miedo por el inusual personaje. Una niña se acercó a tocarlo, pero su madre la retuvo y la escondió a su lado. Y él, sólo necesitaba cinco turnos más para que lo atendieran y poderse ir de una vez por todas.

Hubo un ligero silencio por un tiempo, hasta que se vio interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose. En ese momento, un sujeto de túnica blanca, con un enorme báculo de ciprés y una barba que le llegaba al ombligo entró. Era inmenso, no físicamente, sino en su energía. Efectivamente, era un mago. Tomó su turno y se sentó.

¡AAAAAHHHH! gritó una mujer de esas supersticiosas que hacía rato recitaba el padre nuestro, y salió corriendo a toda marcha.

--No sé de dónde vienes, pero claramente eres un brujo de tiempo atrás-- dijo el lancero tribal.

--Que buen ojo que tienes, guerrero... ¿Uyucasi? saludo a tus ancestros y a tu espíritu-- respondió el otro.

--Saludo a tu espíritu, ux chiklun, cah-sa kasatan' yakunit--

--Te preguntarás, amigo guerrero, qué hago en un lugar como este, pues bien, verás, mi concilio maneja sus fondos a través de este banco y yo, como tesorero oficial, vengo a hacerme cargo de ellos.

--Grande es tu nobleza... Pero pensé que un gran mago como tú escogería un mejor lugar para ello... la espera es una prueba de juicio... como acechar en el monte para cazar un kut'milin...

--Una prueba de juicio... Ja, ja, ja lo has dicho tal y como es, amigo guerrero-- dijo el mago mientras se rascaba la barba y le dio una palmada en la espalda -- Pareciere que estuvieras cuestionando mi poder. Verás, yo, Ix, como me nombraron los maestros, tengo control sobre mi propia mente, y conozco la profundidad de su potencial. Y mi espíritu es noble y justo, nunca por fuera del orden del cosmos. Por eso, se me ha otorgado el poder de inducir sobre la materia los más deslumbrantes efectos, puedo, con sólo el agitar de mi callado generar destrucción o luz en este lugar, y perfectamente podría detener el tiempo o acelerarlo, o irme con mi misión cumplida sin que siquiera lo notases. Pero dirás, oh noble caminante, que soy sólo un arrogante, un vivo o un ladrón. ¡No! es simple el orden del universo como también lo es el de las fichas y los turnos, y por eso, más que gustoso me siento aquí a esperar la concreción, en números rojos del...61--

--estás loco--

Los dos rieron  y siguieron conversando cual amigos de toda la vida. La gente en el banco llegó a acostumbrarse al extraño diálogo. Incluso disfrutaban de las anécdotas del mago y de cómo el guerrero se burlaba en medio de ironía y perspicacia.

Ya nada de raro tenía que un mago y un guerrero indio estuvieran sentados esperando su turno en el banco. Era un detalle curioso pero familiar y el ambiente tenso había dado paso a un sano cuchicheo.

Repentinamente, llegó el turno 53 y el guerrero se puso de pie. Se acercó a la cajera pero no llegó al cubículo, sino que se dio la vuelta rápidamente y arrojó su lanza de calcio petrificado contra el guarda, clavándole el pecho y causando un grito de horror en todos los presentes.

"¡SILENCIO!" gritó el mago y levantando su báculo le cerró la boca a todos "¡quietos!, esto es un robo. Si alguien se mueve les volaré los sesos a todos y cada uno de ustedes". El guerrero salió del edificio y encendió el Cadilac amarillo parqueado en frente. Entonces, el mago hizo otro conjuro y la bóveda se abrió, en un malabar de danza exótica, los fajos de billete salieron por los aires y se apretujaron bajo su túnica. El guerrero volvió a entrar, extrajo su lanza del vigilante y esperó a su compañero. Cuando el dinero dejó de salir, el mago lanzó un rayo que eliminaría los recuerdos de todos los presentes, y desmagnetizaría las cintas de vigilancia. Se fueron. Desde la calle, el mago susurró algo, dio unos golpes al suelo y se oyó en el interior un grito colectivo.

Fue un grito inconsciente de terror, nadie recordaba los últimos minutos, ni por qué gritaron, ni cómo el guarda terminó apuñalado en el suelo. Y quizás, por su propia salud mental, es mejor que nunca lo recuerden.

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