21 de enero de 2012

Adnerb la bruja de las miradas


El valiente guerrero iba montando su caballo blanco, relámpago. Se trataba de una enorme bestia, con una cabellera extremadamente larga y sedosa, digna de los dioses, un cuerpo prominente, con sus músculos marcados, dientes intensamente blancos y una mirada que imprimía temor a cualquiera que se atravesara en su camino. Del caballo no hay mucho que decir.

Tenía algo de prisa, pues esperaba regresar a casa pronto para casarse con la hermosa Catalina, quien le había prometido su mano a cambio únicamente de completar esta misión. Cada que recordaba ello se reía entre dientes, "ella piensa que no lo lograré...vaya sorpresa se llevará cuando regrese y tenga que casarse conmigo". Casualmente relámpago volteaba la mirada y reían juntos.

Ya estaba anocheciendo cuando llegaron a la cueva de la bruja. Se bajó de su montura y echó un vistazo a lo que tenía en frente,  no vio nada. Enceguecido por la sombra de las estalactitas, alargó su mano contra un muro y tanteo hasta encontrar el interruptor, lo presionó y una cadena de bombillos en el techo se iluminó uno a uno. "¡¿Quién anda ahí?!" reaccionó rápidamente una voz chillona en el interior, y el héroe sintió un escalofrío que le recorría la columna "¡Vengo a derrotarte, maldita bruja!" se escuchó al final de un diminuto pasillo, "soy yo, Sarget el de ojos claros" al ver que una figura humana ingresaba a la cueva cerca suyo, el héroe se ocultó y a la menor oportunidad le cortó el cuello; lo último que necesitaba era competencia.

Caminó unos cuantos pasos hasta que pudo ver a la criatura, Adnerb la bruja de las miradas. Las historias que los pueblerinos contaban no daban crédito a su apariencia, según los de la villa, se trataba de una anciana con la piel cubierta en moho, una nariz quebrantada por el paso de las edades y una cara arrugada y carcomida por tanto trato con el demonio. Lo que no mencionaba ninguna leyenda es que la bruja usaba trajes extremadamente peculiares, una falda corta y una blusa escotada que revelaba más información de la deseada. No se sabía si  sus piernas estaban envueltas en telarañas o se trataba de un alfombrado de bellos paliduchos lo que le subía por la pierna. Y sus senos, que colgaban desganados, parecían reposando una merienda encima de los pliegues grasos de su estriado estómago.

Fea podía ser, pero bruja después de todo, y el héroe, no más posó su mirada en sus profundos ojos cual agujeros negros, quedó hipnotizado. "Al carajo la hermosa Catalina" pensó mientras se le acercaba. Ella sólo sonreía. Desafortunadamente para ambos, justo cuando ella tenía un pícaro gesto de satisfacción al sentirse en control del sujeto, éste pisó erráticamente un charco de algo baboso y se cayó de bruces al suelo.

II.

Y heme aquí, Kronnos, le dicen en mi región, quizás por la cantidad de cuernos en su cráneo. Es el dragón más temido hasta ahora, y yo, que ni siquiera soy un verdadero vikingo tengo que matarlo. Su mirada es tan intensa, siento como si me quemara. Viene hacia mí a toda prisa. Estoy sudando, lo admito, pero no de miedo sino por el calor que circunda a este monstruo. Quisiera que se me ocurriera algo, pero no, y todo sucede en cámara lenta. Arriba, la luna, me presenta la totalidad de su rostro, que hermosa es, no puedo evitarlo, se me escapa una lágrima.

Hay sólo una cosa de todo esto que me molesta, y no es el dragón gigante a punto de devorarme, ni la sensación de que todo transcurre con infinita paciencia. Es que yo en realidad no soy un vikingo, y no tengo la más mínima idea de por qué estoy haciendo esto. Es más, no recuerdo cómo llegue aquí, esta no es mi ropa, ni mi espada. ¿Dónde está relámpago? Yo no pertenezco a esta escena, este no es mi cuadro, no es mi papel, yo... yo estaba en otro lado...!SÍ! con la bruja.

III
Carlos el Grande, hijo de Azroth el mediano y nieto de Belgrum el pequeño,  se encontraba maniatado a una silla de madera antigua, había perdido la conciencia, pero abrió los ojos justo a tiempo de darse cuenta que Adnerb, la bruja, preparaba alguna clase de pócima. La contusión había desvanecido el efecto del enamoramiento.  Miró en todas direcciones e identificó cientos de afiches de celebridades asiáticas pegados a los muros de la guarida, y en un rinconcito su espada de plata, Lucy, la heroína. No había plan, estaba maniatado y sin escapatoria, debía ser ingenioso.

-- Así que... brujita-chan...--dijo anticipando que fuera una fan de la cultura japonesa

--¡NO!-- el aire se heló

--perdón, bujita-sama....--

--mucho mejor--

--veo que te gusta el k-pop, pero no creo que alguien de tu sapiencia y evidente bagaje cultural  disfrute ese tipo de música--

--Eres bueno para adular, pero no muy bueno con las deducciones, mejor cállate, ¿sí?--

--Me despertaste gran curiosidad, al menos, si vas a acabar con mi vida puedes responderme esa única
inquietud--

--Vaya si eres intenso... verás, las personas de oriente son las únicas que... cómo decirlo... eluden mi poder, sus ojos parcialmente cerrados son para mí un gran enigma, por eso he experimentado con imágenes de ellos, y antes de que llegaras sin aviso, a molestarme a tan altas horas de la noche, estaba en uno de sus foros, estudiándolos...--

Era claro pues, el objetivo de la bruja, así que el héroe aprovechó a hacer su movida.

--Yo conozco algunos japoneses, y... si no me matas, puedo llevarte hasta donde ellos--

Quizás el truco más antiguo del libro, pero Adnerb quiso oír un poco más

--¿Sabes qué, pequeño infante?-- le dijo burlonamente, pues le triplicaba la edad -- estás en mi territorio, y no eres más que un bicho insignificante, así que te daré una oportunidad. Muéstrame que eres de valor--

Entonces, se paró detrás de él y le soltó las amarras. Carlos el grande, entonces, se levantó lentamente, estiró la mano hasta su bolsillo trasero  y alcanzó un tesoro que tenía oculto hace rato, los lentes redondos de Nonnel, un aparato ocular que lo protegía de cualquier peligro y lo hacía ver mucho más atractivo. La bruja, a duras penas alcanzó a verlo mientras se las ponía. Él arrancó a correr hacia su espada, y ella, que era un poco torpe en sus movimientos se tropezó, pero le siguió el paso. Él agarro su espada y trató de abalanzarla sobre ella, pero la tenía muy cerca, y antes de completar el giro, los lentes se le aflojaron un poco y lateralmente cruzó miradas con la bruja. sólo fue un instante, pero el filo alcanzó a volar y degollarla. Ella sólo emitió un último grito de desprecio antes de que ambos cayeran al suelo.

IV epílogo

Carlos el grande pudo recobrar el conocimiento al cabo de unos minutos, estaba montado en su caballo, colgando de éste que ferozmente lo llevaba a la ciudad. Tenía una terrible jaqueca y no podía recordar nada más que la mirada repleta de odio a la que tuvo que enfrentar. Veía las estrellas encima suyo y una hermosa luna llena, pero se movían como danzando, como burlándose de él. Quizás, había enloquecido, o quizás sólo estaba muy enfermo, pero algo es seguro, no era él mismo.






1.Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
2.Por enésima vez, gracias a mi perpetua fuente de inspiración

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