11 de enero de 2012

A la cárcel en 3 tiempos

1. La cárcel.

Un día común y corriente. Quizás un poco más que corriente, parecía como si Disney lo hubiera orquestado. Jaime Benavides estaba reposando debajo de un árbol, hacía rato soñaba con eso, tenía detrás una gran pradera con montañas al fondo y entre ellas un sol enrojecido llenaba la escena con visos románticos, los pájaros cantaban casi que al ritmo de las 4 estaciones de Vivaldi y las flores que estaban en total apogeo danzaban como siguiéndoles el ritmo, empujadas por el fresco viento.

Todos los planes del hombre se habían arruinado, salvo ese último que salió bien, es por eso que no estaba en un bar, o con una hermosa chica, sino que estaba ahí, entumecido bajo ese estúpido árbol de mango, sin nada mejor que hacer. Se miró las manos y las tenía sucias, a pesar de las duchas diarias, estaban llenas de callos y cicatrices, y de todo en ese momento era lo más bello. Una lágrima escurrió de sus ojos.

Algo en lo profundo de su alma le decía que tenía que regresar, pero quiso asegurarse de no cometer alguna tontería, así que repitió lo que había hecho ese mismo día en la madrugada (esperando resultados distintos). Fue a casa de su amada Laura. Cuando llegó, encontró todo como lo había dejado, desordenado, la casa estaba llena de telarañas, polvo. Él sólo emitió un suspiro y siguió su camino.

Afuera en las calles, a primera vista, todo se veía solitario, vacío, como si el pueblo entero hubiera sido abandonado, pero luego entendió que sí había gente, sólo que estaban evadiendo mirarlo, como si no existiera. Es más, comprendió que no sentía la ciudad hecha un fantasma, sino que se sentía él un fantasma. Era de esperarse, ese mundo no lo quería.

Llegó a un bar al final de la calle y se sentó, ordenó una cerveza. En ese momento se decidió, tenía que regresar, pero esta vez para quedarse. Tomó la botella que tenía en frente y  se la bebió de un trago, la golpeó contra la barra y rápidamente le clavó el vidrio roto al tendero en la nuca, éste empezó a chorrear sangre, y la gente salió corriendo desesperada y gritando. La policía reaccionó al disturbio y entró en acción, dos uniformados entraron apuntando su arma y detuvieron al maniático de Jaime Benavides, lo esposaron y lo tomaron bajo custodia. "Que estúpido", pensaron, "ni 24 horas de escapado, y ya se está dejando capturar tan fácil". Él por su parte, tenía una gran sonrisa en su rostro mientras se lo llevaban.

2. La inspiración.

Los que conocieran la motivación de Jaime Benavides dirían que estaba loco o muy estúpido, pero afortunadamente sus planes eran suyos únicamente y nadie estaba enterado.

Era su primer día en la cárcel, a pesar de que su crimen era grave, logró convencer al juez de que no era un persona violenta  ni fuerte, por lo cual lo encerraron en un patio con delincuentes menores donde no corría mayor peligro.

Su compañero de celda se llamaba Ramiro, era un sujeto delgado con barba larga. Para estar encerrado por venta de heroína era una muy buena persona. Lo primero que le preguntó fue el porqué se ingresó. Jaime le contó lo del incidente, le pareció graciosísimo, así que lo acogió como un hermano.

Una tarde, estaban en el comedor, habían pasado unos 15 días y Jaime no había interactuado con nadie más que su compañero, excepto claro por alguna barbaridad que le gritaban y que él ignoraba. Alguien que estaba muy lejos lo reconoció. "Ey tú, el silencioso, ¿no eres Benavides, el cuentero?". Él se llenó de pánico, como si fuera una amenaza de muerte. El sujeto se le acercó, tomó un asiento cerca suyo y gritó: "Oigan todos, yo conozco a este sujeto, el silencioso es un gran escritor, he leído todos su cuento, es genial". Jaime se sonrojó. "Dale, cuéntanos algo". En un segundo, el escritor se vio rodeado de oídos expectantes y no tuvo más remedio que recitar una historia que había escrito hace tiempo. Los presos se mantuvieron callados, escuchando letra por letra y palabra por palabra la narración. Algunos soltaron una lágrima, otros sonreían o fruncían el seño. Y Jaime descubrió en ellos una profunda humanidad.

Así se la pasó en adelante, diariamente recitando un cuento viejo o inédito, a veces improvisándolos, pero ya tenía su puesto fijo en todos los almuerzos, se había llenado de fama y era muy popular. Nunca había tenido tan buena acogida "debe ser porque no saben nada de literatura" pensó alguna vez, pero no se dejó desanimar, por el contrario estaba feliz.

Laura apareció un día en el horario de visitas, estaba llorando: "No puedo más Jaime...tienes que salir a como dé lugar...no sé qué hacer conmigo si tú me faltas". Él trató de contarle de cómo la estaba pasando, pero ella simplemente lo ignoró y siguió con sus lamentos. Le dejó una pluma nueva y se marchó lo más rápido que pudo, el escritor quedó desconcertado, y ahora, con un gran dilema entre manos.

Un día común y corriente en la prisión. Quizás un poco más que corriente, parecía como si Hitchcock lo hubiera orquestado. Jaime Benavides estaba reposando en su cama de abajo del camarote, esa noche soñó con acostarse bajo un árbol de mango. Tenía de fondo la sala común, un gris cuarto con mesas metálicas y los guardas enrojecidos con su fusiles bélicos. Los presos cantaban todos al ritmo de Mötorhead  mientras hacían bailar los trapeadores y las barajas de póker, un vapor húmedo y tibio recorría el lugar.

No tuvo que pensarlo dos veces, lo primero que hizo a su ingreso fue analizar la prisión de pies a cabeza, así que tenía en unos papelitos el mapa del sitio y sabía exactamente su punto débil. Era tan calmado todo en ese patio que la seguridad era mínima, escaparse sería muy fácil, se levantó y le comentó a Ramiro su decisión, "puedes irte pero yo me quedo, deja tus escritos, nos entretendrán un tiempo" fue su respuesta.

A la hora de dormir puso un trocito metálico que había arrancado de una bandeja en la cerradura, de tal forma que esta no pudo cerrar del todo, pero sí se ajustó así que el guarda no notó la diferencia. A eso de las 2 de la mañana se levantó y empujó un poco la puerta para salir, retiró la obstrucción metálica y cerró la puerta, entonces fue al patio, una cerca enorme rodeaba todo el edificio, pero había un espacio diminuto entre ésta y el muro norte, se arrastró por ahí donde nadie lo vería y empezó a excavar. A las 5 de la mañana ya tenía una zanja perfecta por donde deslizar su cuerpo, se empujó aguantando la respiración y logro salir. Corrió como nunca.

3. El escape

Jaime Benavides era un tipo normal, apartando su ligera neurosis, era bastante ordinario, un escritor de segunda. Había publicado alguno que otro cuento en los periódicos, tenía un libro editado a medias, pero nada más. Y para empeorar su situación, estaba en medio de un estancamiento creativo.

Su novia, Laura, una belleza parisina de risos rosados que siendo una groupie de su libro logró cautivar su corazón, se había mudado con él, y se había convertido en su principal soporte. Era la que conseguía el dinero y hacía la comida mientras Jaime permanecía horas frente al PC o la chimenea, o a veces se desaparecía "cazando ideas". A ella no le molestaba pues le encantaba lo que él escribía, y sentarse a su lado a escuchar las narraciones fantásticas que él improvisaba con tanta facilidad.

¡Pero todo es pura mierda! le gritó Jaime una vez. Fue la primera y última vez que la trató mal, y no iba intencionado a herirla, era sólo un grito de desesperación, porque Jaime sabía que a sus historias les faltaba jugo, que lo que funcionaba en su mente lo hacía sólo allí, para los exteriores no significaba nada, carecía del factor humano.

Se sentó a meditar por horas y horas, buscando el lugar de tantos en el que podría tener un mayor contacto con otros hombres, saber lo que sentían, cómo vivían, y así poder nutrir su obras. Concluyó que la cárcel sería el lugar perfecto, podría hacerse ingresar con un delito menor, como un atraco, nada complicado. Esa noche le contó su decisión a Laura, y ella se emocionó en vez de disgustarse, "Oh, me imagino qué podrás escribir después de eso", dijo. Esa noche hicieron el amor como nunca, como si a ella le encantara la idea de andar con un convicto.

Al día siguiente, Jaime salió bien temprano e hizo su hazaña, en plena luz del día caminó por las calles con un cuchillo en el bolsillo. A unas cuadras de camino se le cruzó una viejecita. "Ahora es cuando". Sacó el filo y le pidió a la señora el bolso. Un policía desde la distancia lo vio y trató de detenerlo. Todo sucedió según el plan ¿Cuánto le podrían dar? 2 meses, tiempo más que suficiente para escribir algo bueno.

Había algo con lo que él no contaba, algo digno de sus fantásticas narraciones. La señora Leonor estaba al borde de los 100 años, y ella, de todos los actores en la escena, era la única que no estaba preparada para el acto. Su corazón se detuvo sin previo aviso y calló desmoronada al piso, una muerte casi instantánea.

Cuando Jaime cayó en cuenta, nada pudo hacer, estaba entre los brazos del oficial. "Homicidio premeditado en primer grado" enunció el juez y el escritor se vio con 10 años por delante para escribir entre rejas.

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